Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

La semana pasada aprendimos que para Dios somos muy importantes, no sólo por nuestra sensibilidad, nuestra alma inmortal o los bienes espirituales, sino en forma total, personal, integral, es decir, para Dios somos importantes como personas, y lo somos desde el primer instante de nuestra concepción y, en adelante, por toda la eternidad. Por ello para Dios es importante que usted, por ejemplo, tenga que comer hoy, que usted tenga todo lo necesario para ser feliz, que usted logre alcanzar sus metas, así como una verdadera intimidad con él, porque tendrá la certeza de que Dios es su refugio y su consuelo. Así descubrimos que lo nuestro, eso que llevamos religión, no expresa a profundidad nuestra relación con Dios, porque lo que interesan no son sólo nuestras oraciones y rezos, sino sobre todo la paz del corazón. Repetimos que Dios se preocupa por todas nuestras cosas, le preocupa que tengamos el alimento diario, que llevemos una vida digna. Así, el mismo Dios que concedió la libertad a Israel y lo sacó de la opresión de Egipto, hoy se nos cuenta su gestión para que tuvieran pan y carne. Dios piensa en esto para que puedan valorar la libertad. El maná, tan famoso en la Biblia, no es nada extraordinario, pues es una resina que sale de las palmeras del desierto, la gente la muele, la mezcla con agua y hace unas como tortillas. A eso, los hebreos lo llamaron pan del cielo, aunque en realidad no lo fuera.

En el Evangelio Cristo, que reprocha a quienes le andan detrás porque comieron pan gratis, les habla de los regalos de Dios, del pan de Dios, del pan del cielo, del pan de vida. Y como un verdadero maestro, les revela lo que hay que hacer para aprovechar las obras de Dios. Para lograr lo que Dios nos quiere mostrar debemos: “creer en Aquel a quien Dios ha enviado”, es decir, que hay que creer en Jesús. Como sabemos, ellos no lo aceptan y le piden milagros para creer en él. Ponen el ejemplo del pan del cielo que comieron los padres en el desierto. Jesús se lo rebate para decirles que realmente aquello era la simple solución de un problema concreto del hambre temporal. Asegura que el verdadero pan de Dios es otro. Con algunas palabras complejas Juan explica que el verdadero pan del cielo, el pan de Dios, no es un “algo” sino un “alguien” un ser con algo de humano, pero también de divino, uno que, de hecho, desciende del cielo para dar vida al mundo. De inmediato Jesús se les presenta oficialmente y dice de sí mismo: “Yo soy el pan de Vida”, prometiendo que el que se acerque a él ya no tendrá más hambre ni más sed. En estas frases obtenemos la expresión plena de la preocupación que Dios tiene por la humanidad, que no es sólo asegurar el pan de cada día, el alimento y la seguridad alimentaria, porque lo que quiere es darnos la vida eterna y nos la da por medio de su propio Hijo.

Ese era el planteo de Dios, de por sí maravilloso. Ahora bien, los humanos hemos deteriorado más todavía nuestra relación con ese Dios así de bueno, un Dios que tanto se preocupa por nuestro bienestar. Los seres humanos nos hemos ido extraviando más y más y prefiriendo, cosa rara, un materialismo extremo. Dejamos de pensar en Dios para empezar a pensar sólo en nosotros y en lo material. Ahora estamos cargados de pensamientos frívolos, es decir, superficiales, vacíos, materialistas, insignificantes. Y esa no es la vida que Dios quería para nosotros. Nosotros más bien debemos aprender a renunciar a la vida que estamos llevando, debemos despojarnos del hombre viejo, corrupto, seducido por el deseo. Debemos renovarnos en lo más íntimo del espíritu y revestirnos del hombre nuevo. Vea como la mera lectura del texto da todas las claves para reflexión que nosotros tenemos que llevar adelante.

Comparta este artículo:

Compartir en Facebook
Compartir en WhatsApp
Compartir en Twitter
Compartir en Telegram
Compartir por Correo Electrónico
Imprima

Comente