VII Domingo de Pascua, la Ascensión del Señor

Reciban nuestra más profunda y cordial felicitación. Los felicito por cuanto hoy es el día de la naturaleza humana glorificada. A partir de un día como hoy, unos 2000 años atrás, uno de nosotros, un ser humano, uno nacido de una mujer, uno nacido bajo la ley, ha sido sentado con todo derecho a la derecha del Padre, Jesucristo ha reasumido su condición de Dios. Es claro que su parte divina, como hijo de Dios, ya compartía la naturaleza de Dios, pero ahora corresponde a la realidad humana de Jesucristo recibir gratuitamente ese maravilloso honor, el de sentarse, como Dios y hombre, a la derecha de Dios.

En el Evangelio se nos narra el momento en que Jesucristo, como ser humano glorificado, por haber resucitado de entre los muertos, antes de ascender al cielo se presenta a sus apóstoles y les concede poder reconocerlo como aquel que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra. El Señor, además, los envía a realizar dos tareas. Por una parte, les manda a anunciar la salvación, el reino de los cielos, la vida eterna, y por otro, a realizar esa novedosa y misteriosa condición humana, por el sacramento del bautismo. El bautismo con agua y, precisamente, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La primera lectura enfatiza más en la Ascensión. Hay una diferencia entre Ascensión y Asunción. Nosotros decimos que Jesús asciende al cielo, porque lo hace por su propia fuerza, mientras que María es asunta al cielo, es decir, es llevada al cielo, pues ella no tiene capacidad para subir. Los signos de la ascensión del Señor son claros. El Señor está conversando con los apóstoles, aunque todavía los apóstoles tienen dudas y tampoco es que hayan logrado entender el proyecto que Jesucristo ha venido echar a andar. Pero tampoco entienden que eso de llevar hada Israel al éxito político o militar no forma parte del proyecto de Dios. Mientras hablan así, Jesús se separado de ellos y llevado al cielo, y una nube lo ocultó de sus ojos, nube que representa a Dios mismo. Como aquellos apóstoles quedan maravillados mirando al cielo, unos ángeles llaman su atención para decirles que el que subió regresará al final de los tiempos y que de momento hay que ir a asumir las tareas que él ha dejado pendientes.

La segunda lectura es mucho más profunda y densa, por cuanto San Pablo propone que nosotros seamos bendecidos por Dios, el padre de Jesucristo con un espíritu de sabiduría y revelación que nos permita conocerlo verdaderamente. La llamada esa a valorar la esperanza a la que hemos sido llamados, pero para esto se necesita un poder, el poder que Dios manifestó en Cristo, al resucitarlo de entre los muertos y sentaron luego su derecha, por encima de todo. San Pablo explica a los de Éfeso que con este gesto Dios puso todas las cosas bajo los pies de Cristo y lo hizo Cabeza de la Iglesia. Si la resurrección de Cristo fue trascendental, su Ascensión, su regreso a la derecha del Padre debe ser visto por nosotros como ese momento en el que se le garantiza a nuestra propia naturaleza que un día se sentará, por ser el cuerpo de Cristo, a la derecha en el trono de Dios.

Por todo ello, feliz día de la naturaleza humana glorificada.

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