V Domingo de Pascua

La Pascua continúa y nosotros llegamos a éste, el quinto domingo. Dejamos atrás los domingos temáticos y en éste que estamos viviendo, desde una pregunta de Tomás, nos concentramos en una verdadera explosión de optimismo y una llamada muy urgente de Jesucristo para enfocarnos en él. El señor Jesucristo se propone a sí mismo como camino, verdad y vida. Con esta definición, tan amplia y específica, nuestro Redentor atrae la atención de la humanidad completa para que se enfoque en su manera de ser y en su modo de actuar. Siendo así que Jesucristo se declara camino, verdad y vida, como que no nos deja opción alternativa, porque a todos nos centra en él y todo lo plantea desde su persona.

Ahora bien, en el Evangelio, el apóstol Felipe, con cierta ingenuidad y mucha legitimidad pide sea posible que, como humanidad, por fin podamos ver el rostro del Padre, es decir, que por fin se acabe el misterio, la incógnita, y que el ser humano pueda por fin entender cómo es Dios. La respuesta de Jesucristo no es nada sutil, porque declara solemnemente que todo lo que ha hecho, sus palabras, sus gestos, sus acciones, sus respuestas, la manera como está tomando su propia muerte, llevando hasta las últimas consecuencias el anuncio de la verdadera naturaleza de Dios, todo eso no es sino un mostrarnos al Padre. Con cierta claridad Jesús le dice a Felipe: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”.

Ahora resulta evidente la similitud entre Jesús y el Padre celestial, pero esa semejanza no es en lo físico, porque el Padre no tiene cuerpo físico, sino que es invisible, espíritu. La absoluta similitud entre Cristo y el Padre se da en el comportamiento, el lenguaje, el mensaje, en la manera de reaccionar. A partir de lo que Jesús hace nosotros podemos entender cómo es Dios, es decir, aprender que Dios es amor.

En la primera lectura la Iglesia nos pide asumir la atención de los pobres y se nos narra cómo, desde los primeros pasos que dio la comunidad, supo de la urgencia de elegir diáconos, es decir, esclavos voluntarios para atender las viudas, los pobres y las mesas. La Iglesia, servidora por definición, sabe que debe atender a los más pobres porque allí está el misterio de Dios, que espera que nosotros solucionar el problema de injusticia que vive el mundo y que ha sido provocado por el pecado, pero empezar alimentando al que no tiene pan.

En la segunda lectura, de manera ejemplarizante, no sólo se nos recuerda que cada uno de nosotros debe ser una piedra viva y agregarse voluntariamente a la construcción del edificio espiritual. Esto se hace ejerciendo el sacerdocio santo, participando todos los bautizados del único sacerdocio de Jesucristo. Pedro, o quien haya escrito la carta, nos recuerda que ya no somos siervos de Dios sino una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, llamado a anunciar las maravillas de Dios y la salvación que nos tiene preparada a todos. Hoy sabemos que hemos obtenido misericordia simplemente porque Dios es amor y nos ama en Jesucristo.

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