La preparación del Adviento se sirve de tres figuras fundamentales. Lo primero, el profeta Isaías. Lo segundo es, en los siguientes dos domingos, Juan el Bautista. El tercer personaje es la Virgen Santísima, quien aparecerá en el IV domingo.
En este II domingo brilla, pues, Juan el Bautista, figura radical en la vida de la fe. El Evangelio nos planteará con drasticidad el perfil duro, inflexible y radical de ese personaje que, ermitaño en el desierto y vestido de forma estrafalaria, pone los puntos sobre las íes acerca de lo que significa creer en Dios y seguir sus mandamientos. El bautiza con agua, dice, pero desde el principio anuncia no ser el mesías, que el mesías vendrá detrás de él y que él no es digno siquiera de desatar sus sandalias.
En la primera lectura de hoy Isaías anuncia con todo su amor el surgir de un retoño en un tronco seco, el de la casa de David. Ese retoño recibirá la plenitud de Dios, los dones del Espíritu, y será portador de la justicia. Por su medio los pobres y los que sufren recibirán consuelo porque el mesías aportará un preciso ejercicio de pacificación para el mundo. Por eso sucederá lo inverosímil, que el lobo habite con el cordero, que la vaca y la osa vivan en compañía junto con sus crías y que el león se alimente de paja como el buey. La respuesta a este precioso texto es el salmo 71 que augura que en los días del mesías florecería la justicia y abundaría la paz. El rey mesías sería bendición para todos los pueblos y todas las naciones se regocijarán en él.
San Pablo, por su parte, recomienda a los cristianos de Roma y del mundo entero mantener la esperanza. Que, como Cristo, tengamos los mismos sentimientos unos con otros, siendo acogedores, ejerciendo el amor y transformando la sociedad humana según el modelo de Jesucristo.
Este domingo nos resulta tremendamente exigente y nos llama a trabajar unos por otros, en comunión, unidos por la caridad.