Segundo domingo del T. O. 15 de enero

Hemos pasado ya Adviento y Navidad y toca concentrarnos para contemplar a Cristo en el tiempo ordinario. Durante esos tiempos litúrgicos, el río en que viajábamos se agitó, se llenó de pequeñas cascadas y de saltos de agua, manifestando en su corriente una gran fiesta, una mayor velocidad. Pasado ese periodo agitado entramos como en una inmensa laguna que, serena y profunda, llena de vida en su interior y de espacio para la contemplación, nos llevará más lentamente por sus aguas explicándonos más en profundidad de manera que podamos apreciar mejor el misterio de Cristo.

Este es el II domingo del tiempo ordinario. Es cierto que este año habíamos asumido a San Mateo, quien nos debe acompañar en su recorrido. Sólo que por esta vez nos hablará San Juan, explicándonos lo que el Bautista aseguró sobre Cristo, cuando lo señaló, en medio de las gentes, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Al hacerlo, el célebre profeta daba testimonio de que Jesús es el mesías. La manera de hacerlo es muy particular: Juan da testimonio de que ha visto a Jesús definirse como el primer ser humano que experimentó una presencia diferente del Espíritu, no sólo porque éste había descendido sobre él, lo que había pasado con muchas personas, sino porque el Espíritu había permanecido en él.

La primera lectura, es curioso que siga siendo Isaías, nos habla de ese anuncio que Dios hace a su mesías llamándolo a ser luz de las naciones. El mesías de Dios que antes fue visto como salvador de Israel, de su esclavitud, tristeza, pobreza, de sus enemigos, adquiría una nueva categoría, porque ya no sería solamente el que venía para restaurar las tribus de Israel, sino que hará llegar la salvación de Dios hasta los confines de la tierra. Esa maravillosa vocación sólo podría realizarse si el señalado asumía como suya la voluntad de Dios. Por eso el salmo 39 es tan útil porque nos hace responder: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

La segunda lectura, empezamos a leer la primera carta de Pablo a los corintios, subraya para los cristianos una reiteración, una grave responsabilidad que nos viene del bautismo, cuál es asumir también nosotros la voluntad de Dios. Los que hemos sido bautizados, es decir santificados en Cristo, debemos ser santos junto con todos los que invocan el nombre de Jesucristo, porque él es Señor de todos.

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