Segundo domingo de Cuaresma

Avanzamos en ese camino cuaresmal y en este segundo domingo, como en todos los ciclos, se nos propone la transfiguración de Jesús en la montaña santa. Cuando se nos plantea la transfiguración suponemos que esta es una acción sólo de Jesucristo. Pero no. De alguna manera esa transfiguración se nos ofrece como modelo, como experiencia que debemos vivir. Jesús de Nazaret no es sólo ser humano porque dentro suyo está Dios y eso es lo que los apóstoles logran vislumbrar por algunos segundos, la gloria de Dios que se hizo visible a través de la carne mortal de Jesús. En nuestro caso, la llamada a la transfiguración podríamos verla como una llamada a la evolución, al crecimiento, a la madurez, a la conversión perenne, a la encarnación de Cristo en nosotros mismos, si es que se puede hablar así.

El ser humano necesitaba un modelo perfecto para la imitación, para reorganizar su extensa. Jesucristo es ese modelo. Cada ser humano debe mirarlo para ir reacondicionado, replanteando y restaurando su propia persona. Aprendamos a vivir a partir de este modelo que es Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Nuestra transfiguración podría empezar, por ejemplo, como pasó con Abram, debió abandonar la casa paterna, el sitio donde vivía y desarrollaba su actividad, para ir allí donde Dios le indicara. Lo importante es que Abram lo hizo sin discutir, empezó proféticamente la nueva vida la libertad de los hijos de Dios.

Es también transfiguración, como dice San Pablo a Timoteo, compartir los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animados por la fortaleza de Dios, porque si si Cristo nos salvó entregándose hasta la muerte por nosotros, nosotros debemos aprender a entregarnos por nuestros hermanos a semejanza suya. Si muriendo Cristo destruyó la muerte él es la fuente de nuestra vida incorruptible. Por eso lo esencial la escucha permanente y constante de la palabra de Dios. Si la escuchamos podemos transformarnos en Jesucristo.

Pedro, locuaz y ocurrente como siempre, ante el espectáculo de la transfiguración, propone hacer tres chozas, tres carpas, porque se cree en presencia de los más grandes profetas de la historia: Jesús, Moisés y Elías. Pero Pedro está equivocado, porque ese cuya carne está transfigurada y se presentan en medio de los grandes personajes del Antiguo Testamento no es un profeta más. Dios mismo corrige a Pedro y le dice: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».

Nuestra tarea como cristianos debe ser escuchar a Cristo y reproducir en nuestras vidas sus gestos de entrega por la humanidad. El problema es que nosotros los católicos no tenemos como costumbre escuchar a Jesucristo, precisamente porque la única manera como se puede escuchar al Señor es leyendo su palabra, y nosotros no tenemos ese hábito. Debemos hacer un esfuerzo para escuchar a Cristo y escuchándolo nuestra vida, gestos y expresiones los reproducirán y así nos estaremos preparando para la vida eterna.

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