Terminada la Pascua la Iglesia asume gozosa tres solemnidades del Señor en el tiempo ordinario y hoy es la primera: la solemnidad de la Santísima Trinidad. Digamos con sencillez que esta sería como la fiesta de Dios, del Dios uno y trino. Ahora bien, este asunto de cómo es Dios por dentro se presenta como algo muy complicado que evidentemente no se puede comprender desde nuestra mente humana. Por ello la Iglesia renuncia a intentar profundizar en lo que es Dios por dentro precisamente para disfrutar de cómo es Dios hacia fuera y, entonces, beneficiarnos de esa riqueza insondable que es su amor.
Ya en el Antiguo Testamento, cuando en la primera lectura Dios habla con Moisés, encontramos una enternecedora escena de Dios con su amigo, porque Moisés es el amigo de Dios como lo fueron Abraham o Jacob. Hay un interés personal de uno en el otro, aunque cada cual conoce la condición del otro. Dios permanece junto a Moisés y cuando Moisés invoca su nombre, Dios se le manifiesta en plenitud, con una expresiva descripción de sí mismo: “Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad”. Ante esta declaración, Moisés se postra delante de su Señor y le pide que siga con ellos, a pesar de ser un pueblo obstinado y cabeza dura, que los perdone y no los de. El amor es, pues, la esencia de esta lectura.
En la segunda lectura, San Pablo pide a los corintios, y a nosotros, alegrarse y trabajar buscando la perfección, animarnos unos a otros, vivir en armonía y paz, porque así lograremos que el Dios del amor y de la paz permanezca con nosotros. Si nos amamos profunda y sinceramente, Dios, que es amor, que es compasivo y misericordioso, habitará con nosotros. Lo esencial es que vivamos en comunión, que aprendamos a vivir como hermanos, que aprendamos a disimular las tensiones, que estemos pendientes del bienestar del otro, trabajando por un mundo mejor. También el amor es aquí el eje.
En el Evangelio llegamos al punto culminante del amor de Dios. Escuchamos la frase de Juan 3, 16: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. La frase textual nos explica que es el amor de Dios el que lo empieza todo: Dios tiene la iniciativa y la lleva al punto culminante al entregarnos lo más valioso que tiene, su propio Hijo. Lo maravilloso es que lo único que nos pide ese creamos en Jesucristo y al creer en Jesucristo que nos amemos los unos a los otros como el nos ha amado. Si esto fuera poco, Juan 3.17 termina de sellar la argumentación cuando asegura: “Dios no envió a su Hijo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Con esto confirmamos una idea trascendental y es que Dios no es como muchos imaginan. Dios es amor y nos ama y no anda buscando nuestra destrucción, nuestro aniquilamiento, sino nuestra salvación y que estemos con él eternamente. Ese es nuestro Dios, uno y trino, que nos ama y nos invita a amarlo y a amarnos los unos a los otros.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen.