Llegamos al quinto domingo de la cuaresma. Especialmente este año, en el pequeño ciclo de San Juan, el quinto domingo de Cuaresma nos plantea a Jesucristo como la resurrección y la vida. Recordemos. Hace dos domingos aprendimos que Jesús era la fuente de agua viva y que la semana pasada tomamos conciencia de que era la luz del mundo. Si hoy agregamos el elemento resurrección, comprendemos por qué este ciclo es enteramente bautismal. El que se bautiza, regenerado en Cristo e iluminado por él, entra en el número de los que no morirán, entre los que si mueren tendrán vida eterna.
La primera lectura hoy, muy breve y concreta, contiene la promesa profética hecha por Dios a través de Ezequiel, en la que nos dice que él, Dios mismo, abrirá nuestras tumbas y nos hará salir de nuestras tumbas, asegurando que cuando eso sucediera nosotros sabríamos que él es Dios. En la segunda lectura, de San Pablo a los romanos, el apóstol hace un contraste entre vivir según la carne y vivir según el espíritu. No se trata, de ninguna manera, de alma y cuerpo. El apóstol no nos está diciendo que tenemos que vivir según el alma supone abandonar el cuerpo, porque eso sería renunciar a nuestra humanidad, que es fundamentalmente corporal, material. De lo que se trata es de vivir en nuestra carne mortal pero asumiendo con toda la alegría aquellas características que Cristo nos plantea en su propio vivir, ser generosos, saber identificarnos con Cristo, buscar las cosas de Dios, vivir para servir a los hermanos. Si vivimos según el Espíritu, ese mismo Espíritu, que sabemos resucitó a Jesús de entre los muertos, nos resucitará a nosotros. Jesús habla del Espíritu Santo, que nos debe guiar siempre si queremos resucitar.
La resurrección de Lázaro sucede en un marco muy preciso. Jesús que ha retrasado su regreso, sabe que su amigo ya ha muerto. A su llegada, la hermana mayor le sale el encuentro para un poco reclamarle su ausencia, pero sobre todo para pedirle que haga algo. El diálogo es esencial, radical para nuestra fe. Marta dice, “estoy segura de que Dios hará todo lo que le pidas”. Jesús responde: “tu hermano resucitará”. Marta dice: “sé que resucitará en el último día”, dando entender que ella querría una cosa más en el inmediato. Entonces Jesús asume la frase más importante del día, una frase larga, sustanciosa y plagada de revelaciones referidas a la mismísima persona de Jesucristo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Aquí se sintetiza posiblemente la más profunda verdad acerca de Jesucristo, ser resurrección y vida, tema profundo de San Juan, pero se entreteje con otra verdad indispensable para nosotros, la de creer, creer que Jesús es el mesías, creer que Jesús es la resurrección y la vida, creer en Jesús. Por eso Jesús va a preguntar a Marta si cree y esa fe que Marta expresa es la que provocaría al final la resurrección de Lázaro.
Lázaro resucitará atado de pies y manos por las vendas mortuorias, su resurrección es temporal porque está atado todavía por la muerte. Cuando Jesús resucite, las vendas quedarán en el suelo y el sudario que lo envolvió doblado por allí. Jesucristo ya no muere más.