Terminados estos maravillosos días de Pascua, la Iglesia se reúne, gozosa, para celebrar la solemnidad de Pentecostés, en la que celebramos la venida del Espíritu Santo. Pentecostés es una fiesta hebrea, en la que el pueblo daba gracias por las cosechas y que se celebraba 50 día después de la Pascua. La fiesta fue bautizada por la Iglesia por cuanto ese día inaugura, el momento en que, colmada del Espíritu, para iniciar así su trabajo de predicación y con ello el asentamiento del reino de los cielos.
La primera lectura narra los acontecimientos, cuando un viento recio, porque viento en griego y en hebreo significa espíritu, sacude el cenáculo donde estaban reunidos los apóstoles, los discípulos y María santísima. A partir de ese momento, la Iglesia salió a anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, a dar testimonio de su fe y a trabajar en la construcción del reino de los cielos. Lo curioso es que ese día, todos los peregrinos presentes en Jerusalén, que eran extranjeros y que no hablaban arameo, pudieron entender a los apóstoles en su predicación. Por eso la lectura es un reflejo inverso de lo que sucedió en Babel, cuando Dios dividió las lenguas para que los humanos no pudieran entenderse y se dispersarán por el mundo. El Espíritu busca reunir a los seres humanos en torno a Jesucristo para construir el reino.
En la segunda lectura, San Pablo proclama que, si bien existen muchos dones, muchos carismas y virtudes, todas proceden del mismo Espíritu y plantea el símil del cuerpo, que pesar de tener muchos miembros y todos diferentes, forman un solo cuerpo. Así es la Iglesia, donde cada uno de nosotros tiene su personalidad, una opinión, un estilo, un modo de hablar o de ser, a pesar de esto todos formamos un solo cuerpo, formado por el Espíritu que habita en nosotros desde el día de nuestro bautismo.
En el Evangelio de asumimos una de las páginas más queridas de la Iglesia, la primera aparición de Jesús ante los apóstoles el día de Pentecostés. Es la aparición de un hombre difícil de reconocer. Para probar que él es el, Jesús muestra sus llagas. Una vez identificado, lo que produce el corazón de los apóstoles una gran alegría, Jesús derrama sobre todos el don de su paz y comunica a los apóstoles que si él vino con un oficio, por cuanto el Padre del cielo envió a su único hijo la tierra a inaugurar el reino y mostrarnos al verdadero Dios, si el Padre lo envió a él, Jesucristo resucitado nos envía a nosotros a que continuemos con esa tarea examiné de mente enriquecedora, la tarea que él ha iniciado y que nosotros podemos reasumir por la fuerza del Espíritu Santo que nos viene a partir del bautismo. Una vez más la figura del viento, utilizada en la primera lectura, nos vuelve a involucrar, pues Jesús sopla sobre los apóstoles para infundirles el Espíritu Santo. Con esto entendemos que el Espíritu estuvo viniendo poco a poco a la Iglesia hasta que llegó a su plenitud en Pentecostés, y el Espíritu viene acompañado por un don fundamental, el don del perdón de los pecados, sustento de toda la vida humana, porque esclavizados por el pecado no podemos vivir. El perdón está garantizado, aunque a veces se posponga por unos días.
Que el terminar los días de la Pascua nos deje fortalecidos y alegres para continuar nuestro camino.