La odisea de las horas santas

En semanas pasadas enfrentamos varias situaciones que afectaron el desarrollo de las horas santas. Tras la Pascua, cuando volvimos a la rutina de hacerlas dos veces al mes en el centro parroquial y una vez en cada capilla filial, nos dimos cuenta de que la gente olvidaba en qué semana estábamos y, o se acercaban a la iglesia parroquial cuando no había hora santa, o simplemente no venían.

Al enfrentar este problema mi decisión como párroco fue la de volver hacerlas todos los jueves en la iglesia parroquial. Para ello se decidió que estas celebraciones de religiosidad popular, cuya naturaleza es completamente laical, fueran asumidas por los ministros de la comunión.

Todo marchó bastante bien hasta que en cierto momento se notó una cierta fatiga de parte de estos ministros, quienes de por sí tienen una pesada carga con las visitas a los enfermos. Por ello, conversando con diferentes coordinadores de los distintos grupos y comunidades para comprobar su disponibilidad se acordó que esas actividades fueran asumidas por todos los grupos de la parroquia, de manera que se tuviera una mayor variedad y participación.

De esta manera logramos varios resultados muy positivos. En primer lugar, que hubiera hora santa todos los jueves, en segundo lugar, que esta hermosa actividad estuviera a cargo de laicos pertenecientes a los diversos grupos o comunidades parroquiales. La decisión fue, eso creo, muy acertada, porque logramos involucrar a mucha gente en el proceso. Lo mejor ha sido que el párroco ha podido dedicar esa hora santa a confesar a los penitentes que quieren acercarse el sacramento en la misma iglesia a esas horas de la tarde noche, es decir, después de la misa de las 5:00 de la tarde.

Las horas santas se han convertido en un verdadero acontecimiento religioso porque, al propiciarse la participación de laicos que nunca habían tenido ese tipo de experiencia, los estamos ayudando a crecer, pero, además, hemos logrado acercar a otros laicos que, vinculados con los grupos responsables, han querido venir a compartir con ellos este momento tan profundo de oración y contemplación.

Hasta el señor arzobispo ha sabido de estas celebraciones que están siendo presididas por laicos y se mostró muy complacido con esta nueva modalidad asumida en San Bartolomé.

Me decía el arzobispo que la experiencia es novedosa por cuanto viene a ser una expresión nueva de eso que el Papa Francisco llama sinodalidad, es decir, el entendimiento de la Iglesia para solucionar sus propios problemas en el mismo interior de la comunidad, al tiempo que hemos logrado superar una curiosa tendencia que puede darse en las parroquias, es decir, pretender que sólo el cura, el diácono o algún seminarista, pueden presidir adecuadamente una celebración como estas, cuando en realidad se trata de una acción que puede ser asumida por cualquier bautizado que se prepare para ello, una manera de ejercer nuestra condición de miembros del pueblo sacerdotal.

A ver si este ejercicio madura y alcanza la plenitud que todos esperamos. A ver si muchos más se acercan a recibir la absolución por sus culpas, mientras los hermanos alaban al señor Jesucristo presente en el pan consagrado.

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