Domingo XXXII del Tiempo ordinario

Estén prevenidos. Sean precavidos. Ese sería el mandato de Jesucristo este domingo, el cual debemos acoger rigurosamente. La propuesta del Evangelio es muy sencilla. Unas muchachas, elegidas de entre todas, harán corte de honor al novio, con las lámparas encendidas, cuando llegue a celebrar su boda. Son diez, pero, cinco son prudentes y las otras cinco son un poco atarantada, descuidadas.

En esas bodas orientales, que duran entre cinco y siete días, los involucrados no siempre son puntuales, más todavía, ni siquiera tienen hora para llegar. Este novio se atraso y es tan aburrida su espera que las diez muchachas se quedan dormidas.

En eso se produce un ruido: “que llega el novio”, ellas se despiertan y empiezan a preparar sus lámparas de aceite para formar el cortejo, porque esa era es su misión. Pero, ¿qué sucede? Resulta que, mientras las prudentes trajeron un frasco con aceite, las otras ni siquiera pensaron en ello y las lámparas están un poco agotadas.

Cuando el novio está para llegar, las descuidadas piden a las prudentes que les dé un poco de aceite, pero tampoco ellas trajeron suficiente como para compartir y entonces las insensatas deben ir a comprar el aceite al mercado. Mientras tanto llegó el novio y entraron las que estaban listas. Luego se cerró la puerta. Las insensatas, pues, se quedaron por fuera y cuando tocan la puerta y piden se las deje entrar, la respuesta es tajante: “Les aseguro que no las conozco”.

Ahora entendemos por qué debemos estar prevenidos. Es necesario estar listos para el momento en que llegue el novio, que no sabemos cuándo será. Estar prevenidos es tener listo todo lo necesario, todo lo que se ocupe para nuestra pequeña intervención, no sea que no alcance el aceite y debamos ir a buscarlo, perdiendo el tiempo. Por ello lo que debe brillar en la mente de los seres humanos sensatos es la sabiduría de Dios, la cual se elogia la primera lectura, porque es luminosa, nunca pierde su brillo y los que la buscan la pueden contemplar. La sabiduría, que es Dios mismo, nos ayuda a vivir nuestra vida sensatamente, asumiendo con toda sencillez prudencia y claridad, lo que Dios nos pide cada día para nuestro crecimiento, para nuestra madurez. La sabiduría saldrá a nuestro encuentro, pero sólo si le estamos buscando. El problema es ni siquiera tener idea de que debo añorar la sabiduría de Dios.

En tal sentido, momento trascendental de nuestra vida será sentirnos elegidos, como aquellas doncellas, para vigilar y preceder al novio en su llegada. Este momento, si usted quiere, puede fijarse solemnemente en el instante de nuestra muerte. Nada haríamos si, habiendo sido elegidos para ello, teniendo la ropa, la disponibilidad, la preparación, el conocimiento, la teoría, las lámparas, porque no tenemos lo suficiente, es decir, aceite para que esas lámparas iluminen el camino del novio, no valemos nada. No nos atengamos a la religión que profesamos, el bautismo que recibimos, a la comunión que recibimos de vez en cuando, a la confesión eventual, con la que cumplimos preceptos, a la oración que se nos sale de los labios cuando necesitamos de la bendición de Dios, al miedo que nos produce el último día. Eso no basta.

Hagamos de nuestra vida una historia de amor, amemos desbordadamente a nuestro prójimo, al que sufre y padece, el que está allí tirado la puerta de nuestra casa, a que no tiene pan para su mesa ni para sus hijos. Amémoslos, pero hagámoslo con sinceridad y que ese amor se haga visible, que se logre mirar en acciones, en palabras, en gestos, en solidaridad y respeto profundo. así seremos las doncellas prudentes. Así estaremos dando testimonio de que somos cristianos, de que amamos a Dios por sobre todas las cosas, así como el prójimo como nos amamos a nosotros mismos.

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