Ya cerca del final del año, se nos plantea una página propia del juicio final, de los últimos días, de la parusía. Al querer hablarnos del banquete en el reino de los cielos, Jesús nos pone este ejemplo, para que tengamos oportunidad de pensar y tomar decisiones claras respecto a esto. Es normal que Cristo compare el reino con un banquete, y lo hace porque es alrededor de una mesa, compartiendo el alimento, como los humanos encontramos la verdadera felicidad. No en vano la celebración más importante de la Iglesia de Cristo, la misa o fracción del pan, es una acción comunitaria realizada por los creyentes alrededor de una mesa para compartir la doble mesa del pan de la palabra y del pan de la eucaristía.
Pues resulta que el reino se compara a un banquete de bodas. Los siervos del rey van a los palacios a recordar a los invitados que el banquete está preparado. Pero los invitados no vendrán y se expulsarán con palabras evasivas para justificar su ausencia del banquete. Como todo está ya listo y corre riesgo de desperdiciarse, el rey, verdaderamente indignado, no sólo se venga de esas personas, sino que envía a sus siervos a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encuentren. Por fin la sala se llenó de convidados. En su momento, el rey sale a saludarlos a todos y encuentra que uno de los presentes viste inadecuadamente. Hay que saber que los reyes orientales, por lo enorme de las distancias, tenían en sus palacios ropa especial para uso de los invitados, que venían cansados y debían cambiarse. De manera que, si esa persona está vestida inadecuadamente, no es porque no tenga qué ponerse, sino porque no ha querido cambiarse. Eso le trae como consecuencia la expulsión del banquete.
El Papa Francisco se ha empeñado en recordarnos algo absolutamente fundamental, que sale con sencillez del texto, sin maromas ni agregados. Fijémonos bien en lo que se pide a los siervos: simplemente llenar la sala. Esa orden que reciben los sirvientes es la misma que tenemos nosotros. Nosotros, sobre todo los curas, pero también los laicos, estamos llamados a llenar la sala y de ninguna manera, porque no tenemos capacidad ni autorización para ello, nunca debemos pretender escoger quien entra y quien no. Ésa será la tarea de Dios. Lo nuestro es llenar la sala y que el banquete se llene de convidados.
La primera lectura nos plantea la idea del banquete, el banquete de Dios, con manjares suculentos con vinos muy especiales manjares exquisitos. Será un banquete en el que Dios quite todo luto y toda tristeza de los seres humanos, cuando él destruya la muerte para siempre. El texto plantea, hermosamente, que se dirá en aquel día: ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación y entonces la alegría será la tónica general, porque la mano de Dios se posará sobre todos nosotros.
En la carta a los de Filipos, la tónica de la celebración dominical se orienta a un aspecto muy importante, que nunca debemos olvidar. Me refiero a que debemos atender a los pobres, los que no tienen nada, los que sufren y padecen en este mundo a causa de la injusticia y del horror humano. San Pablo revela que, si nosotros atendemos a los necesitados, Dios colmará nuestras necesidades, con una inmensa magnificencia, conforme riqueza en Cristo.