Para muchos hombres y mujeres de nuestra época resulta extremadamente complicado comprender las propuestas de Jesucristo, que habla a un ser humano egoísta y autosuficiente, pidiéndonos que no logramos apreciar ni asumir. Hoy, por ejemplo, se nos plantea una parábola que, a ojos de cualquier abogado laboralista, de cualquier juez que maneje asuntos de trabajo, podría resultar completamente contradictoria. Pareciera que Cristo nos llama a dejar de confiar tanto en nosotros mismos para asumir esa otra dinámica, ese pensamiento tan diferente que es precisamente el de ponernos en manos de Dios.
Comparar el reino de los cielos con diversas actividades es característico de Cristo. Hoy nos habla de una finca de uvas que está a tiempo para la cosecha. Igual que se hace con los cogedores de café, que se los contrata por un tiempo determinado y mientras dure la faena, este señor sale a contratar obreros para recoger las uvas. Esa tarea se realiza en un solo día y el dueño de la finca es un hombre tan entusiasta y lleno de confianza en lo que hace que sale a diversos momentos del día a buscar los viñadores a los que ofrece pagar un denario, es decir, lo gana una persona por un día de trabajo. De hecho, hay que el propietario empieza muy temprano, al amanecer, cuando habrá contratado una buena cantidad de trabajadores. Pero saldrá de nuevo a media mañana, al mediodía, a la media tarde y por fin casi al atardecer, siempre contratando a todo aquel que se le pone por delante. Sólo que sus últimos trabajadores van a trabajar solamente una hora. Lo contradictorio se produce cuando mande pagar a los empleados. A quienes llegaron de últimos les pagará lo mismo que los que trabajaron todo el día soportando el peso del sol y el calor. A todos un denario. En nuestro criterio, ambicioso y egoísta, los que trabajaron más deberían ganar más. Pero hay una verdad superior y es que al dueño de la finca no le interesa cuánto trabaje una persona, porque lo que le interesa es que hayan aceptado el trabajo y por ello reciben todos la misma suma. De allí sale una sentencia complicada y aparentemente contradictoria: “muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros”.
Es posible que lo que se quiera destacar en la liturgia de este domingo se sustente mucho de la primera lectura, cuando Isaías nos urge a buscar al Señor mientras se deja encontrar. Es decir, que lo importante es que entremos en contacto con Dios, que nos ponga a trabajar y que nosotros respondamos con apertura a esa propuesta laboral. De igual modo, hay otra idea que debemos atesorar: la certeza de que los pensamientos humanos no son los de Dios, que nuestros casi nunca son los de Dios.
El ser humano debe entender y aceptar con plena seguridad esa verdad que viene dándonos vuelta desde la semana pasada y es que, habiendo muerto Cristo en la cruz por nosotros, nosotros debemos convencernos de que “ahora, como siempre, sea que viva, sé que muera, Cristo será glorificado en mi cuerpo”. La frase, que se parece mucho la que de la semana pasada, aquello de que “en la vida y una muerte somos del Señor” se plantea en este texto a los filipenses como una idea connatural al espíritu cristiano. Dios dispone y nosotros debemos asumir siempre su voluntad con toda nuestra fe y con nuestra voluntad.