El Evangelio de hoy es la continuación del de la semana pasada. Recordemos que el pasado domingo, cuando Jesús preguntó quién creían los apóstoles era él, Simón Pedro respondió “tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo”. En respuesta a este cumplido de Simón Pedro, Jesús le dijo cosas muy hermosas, por ejemplo, que él sería la piedra sobre la que se construiría la Iglesia, que podría atar y desatar en la tierra lo que sería atado y desatado en el cielo.
Hoy Jesús continúa y plantea el primer anuncio de la pasión. Es como si quisiera eco a las palabras de Jeremías de la primera lectura, porque es la idea que, como mesías, tiene en su corazón. Jesús acepta, con Jeremías que Dios lo ha seducido con la misión que le ha dado y que él se dejó seducir, aun si este trabajar para Dios resulta motivo de burla, crítica y rechazo de muchos. Tenemos que descubrir que la misión que Dios pone en nuestras manos casi nunca es para que nosotros seamos felices en la tierra. Al contrario, posiblemente la misión que Dios nos dé sea para que nos sacrifiquemos, nos entreguemos por el bien de los demás, a sabiendas de que tendemos el premio en la vida eterna.
San Pablo, por su parte, en la carta los Romanos nos plantea esa invitación abierta que, por la misericordia de Dios, cada uno de nosotros sepa ofrecerse a sí mismo a Dios como víctima viva, santa y agradable a Él. para realizar esa tarea debemos tener un modelo perfecto, y este modelo perfecto es Cristo, que nos permite discernir la voluntad de Dios: “lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Jesús, pues, hace el primer anuncio de su pasión. Sabe que debe ir preparando a los apóstoles para que enfrenten lo peor. Hay una reacción negativa que surge del sitio menos esperado. Simón Pedro, envalentonado y un poco instalado en su nuevo puesto de “hombre de confianza”, regaña literalmente a Jesús, garantizándole que ni siquiera Dios estaría de acuerdo en que pasen estas cosas. La reacción de Jesús es inmediata. Le dice tres cosas: que se retire, porque pensando así es indigno de formar parte de los apóstoles; que vaya detrás de él, de Jesús, porque es necesario que descubramos que él es el maestro, por lo que debe encabezar el grupo. Lo tercero es horrible. Lo llama Satanás, porque se está oponiendo el proyecto de Dios, un proyecto misterioso que está cargado con las más intensas luces de Dios, que, al menos por ahora, sólo el mesías logra comprender.
Queda al descubierto, a partir de este choque, el sentido más profundo de lo que significa seguir a Cristo. En ningún momento este seguimiento admite nuestra autocomplacencia. Seguirá Cristo está marcado por situaciones indeseadas: la auto renuncia, el cargar voluntariamente con la cruz, es decir, vivir un sacrificio permanente, e ir detrás de Jesús, porque Jesús estará siempre, como ya dijimos, llevando la cruz delante de nosotros. El cristiano debe entrar en un aparente sinsentido: la dramática propuesta de que para ganar la vida hay que perderla, pero que, si quiero reservar mi vida para mí felicidad propia, corro el riesgo de perderla definitivamente. La vida se gana gastándonos en favor de los demás y Dios pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.