Domingo XXI del Tiempo ordinario, ciclo A

Dejada atrás la solemne fiesta de San Bartolomé, domingo 21º del tiempo durante el año nos plantea la primera de dos secciones vinculadas con la misión de Cristo, la de Pedro y la riesgosa oportunidad en que estamos todos de fallarle al Señor por tener de él una comprensión fallida. Esta semana el asunto se queda más en la mera emisión de criterios. Jesús regresa de las zonas de Tiro y Sidón y ya en el territorio de Israel hace una pequeña indagatoria acerca de lo que la gente piensa sobre él. Recibe algunas respuestas un poco erráticas y, al preguntar a sus apóstoles por su criterio, Pedro, líder natural del grupo, responde con una frase hermosa pero quizá un poco ambigua: “Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo”.

La respuesta de Pedro es ciertamente ambigua por cuanto no sabemos qué es lo que él piensa sobre el mesianismo de Jesús. Los hebreos tienen una idea sobre el mesías, vinculada con el rey David, hombre sanguinario y guerrerista, de talante autoritario, y que ha dejado en todos una sensación más bien triunfalista. ¿Es eso lo que Pedro piensa sobre Jesús? Sea como sea, ya lo dijo y Jesús valora su audacia y su progreso en cuanto a su misión, y lo agradece señalándole que lo ha dicho, no impulsado por la carne y la sangre sino por Dios, nuestro Padre del cielo y le responde con algo parecido, relacionado con el sobrenombre que Jesús le ha dado. Recordemos que lo llamó Pedro. que viene de piedra, esa piedra poco inútil que encontramos en los ríos, redonda e inestable que podría no servir si se la trabaja adecuadamente haciéndola cimiento perfecto para un edificio, pero deberá convertirse en Petra. Si esa piedra evoluciona, sobre ella se podrá construir la Iglesia, una Iglesia fuerte y audaz, al servicio del reino.

Ya en la primera lectura aparecía un personaje, Eliaquín quien, por cuanto ha sido nombrado mayordomo del palacio del rey, recibe unas llaves capaces de abrir todas las puertas del palacio. Es el mayordomo quien tiene poder y autoridad sobre las gentes que viven en el Palacio. Ese es precisamente el poder y autoridad que recibe Pedro respecto del reino. De hecho será el cimiento sobre el que se construye la Iglesia contra la cual no tendrá poder el infierno. Pedro será el hombre capaz de atar y desatar y de hecho sus decisiones serán asumidas por el cielo.

Lo que brilla en el fondo es la majestad, el poder y al mismo tiempo la humildad de Jesucristo. La segunda lectura hace una exposición somera de esa riqueza profunda que es la sabiduría de Dios, sus dominios insondables sus caminos incomprensibles. Aquellos seres humanos, hombres y mujeres, a los que el Señor llama para que le sirvan y aceptan su llamado se convierten en sus consejeros. Dichoso, entonces, aquel, dichosa aquella, que haya sido llamado al servicio del Señor y haya respondido de forma adecuada.

Hemos sido llamados al amor de Dios, a vivirlo, compartirlo, a construir nuestra vida sobre él. No se trata de exaltar tanto la figura de Simón Pedro que perdamos las dimensiones, porque todos los bautizados, de muchas maneras somos como Simón Pedro, llamados a ser piedras vivas dentro de la Iglesia.

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