Ser pastor es un trabajo relativamente simple. El pastor en realidad no estudia. Se limita a conducir a sus ovejas a los buenos pastos y evitar que se acerque el lobo. No tiene realidades técnicas complicadas, procedimientos ni métodos sofisticados. Es un simple poner atención, ser cuidadosos y estar interesados. La Sagrada Escritura utiliza la imagen del pastor en repetidas ocasiones. No obstante, el resultado que recibe Dios de este pastoreo ejercido sobre un rebaño por sus enviados ha sido desastroso. Hoy, la primera lectura de Jeremías plantea las quejas de Dios sobre el fracaso de los pastores y de qué manera ha determinado que Él mismo asume a partir de aquel momento: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas”. Es Dios quien en adelante definirá el pastoreo y lo ejercerá él mismo, convocando a pastores que quieran asumir el trabajo. Las ovejas deben estar en paz. Esa decisión divina nos debe hacer estremecer, porque en realidad hoy no existen los pastores. El pastor seguiría siendo Dios hasta que nacería el pastor definitivo, que nosotros sabemos es Cristo. Dios dice “yo soy el buen pastor” y esa verdad se expresa hoy a través del único pastor, que es Cristo, y algunos que lo asisten para atender al rebaño.
En el Evangelio vemos como Cristo, que había enviado sus apóstoles a una primera aproximación al rebaño, los recibe entusiasta y quiere llevarlos a un sitio retirado para descansar. Quiere recibir de ellos la primera impresión acerca de este primer encuentro con sus hermanos para transmitirles la noticia: Jesús, el Cristo iría a apacentarlos. Jesús siente el cansancio satisfecho de sus apóstoles y quiere darles una oportunidad para descansar y expresarse con claridad. Pero el pueblo le “lee” el pensa-miento y se les adelanta, yendo antes que ellos al sitio donde Jesús pensó llevarlos. La expresión del Evangelio acerca de la sorpresa de Jesús al ver que la muchedumbre ya estaba allí antes que llegaran y que esperaban de él una palabra de consuelo de su parte, nos llena de un gozo apacible porque Jesús, dice el texto, “se compadeció de (la multitud), porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñán-doles largo rato”. Jesús es el pastor y aquellos a quien él envíe deben hacer presencia de Jesús. Esos enviados no son los pastores, porque el pastor sigue siendo Cristo, pero esos enviados deben hacer presencia de Cristo. De otra manera su ejercicio sería vano y perjudicial.
San Pablo, por su parte, en la carta los Efesios, define el rebaño que Jesús está asumiendo. Ya no se trata del pueblo de Israel, porque ese pueblo ha quedado homologado con el resto de la humanidad al rechazar el amor de Dios. A partir de ahora la humanidad entera ser el rebaño. Eso significan sus palabras cuando dice: “Ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que antes estaban lejos, han sido cercados por la sangre de Cristo”. El texto profundiza en estas ideas y agrega que ha sido Cristo el que, con su propio cuerpo, haciendo referencia a la muerte en la cruz, ha provocado el que los dos pueblos sean ahora uno solo, un solo Hombre nuevo y señalando algo que debemos tener presente en un primer plano luminoso: Jesús restablece la paz y reconcilia al mundo. Cuando vemos a un universo agredido y agresivo, este mundo en que vivimos en el que no hay paz en los hogares, ni en los vecindarios, ni en las naciones, ni entre las naciones nos damos cuenta de que Jesús todavía no reina entre nosotros, que nos decimos sus seguidores, porque hacemos un trabajo verdaderamente pobre, sin lograr presentar a Jesús como nuestra paz. No vivimos la paz que Cristo nos da personalmente, ni tampoco la paz que nos da para vivirla con los hermanos, ¿cómo pretendemos, entonces, tener acceso al Padre en el Espíritu Santo?