Domingo XV del Tiempo Ordinario

“Salió el sembrador a sembrar…” Así se abre uno de los evangelios más conocidos y gustados, en los que Jesús toca un tema que resulta bastante ajeno para él. Jesús era ser carpintero, maestro de obras, pero con libertad nos habla de agricultura y de una manera muy simbólica y expresiva.

El sembrador es espontáneo, vigoroso, minucioso y camina por el mundo echando una semilla abundante y haciéndolo ahí donde algún espacio vacío. La siembra caerá por ello en terrenos muy variados: el camino, los espacios pedregosos, los campos de espinas y la tierra fértil. Esa es la primera parte.

Luego viene un segmento que podría ser algo confuso. Los apóstoles preguntan a Jesús por qué habla en parábolas, él asegura que lo hace para que la gente no entienda. Es posible que Jesús se refiera a lo que conocemos como el fracaso del predicador atribuible al oyente que no acoge el anuncio que se le hace porque tiene un corazón frío. Jesús garantiza que fracasará aquel que no tenga esperanza, el incapaz de aceptar el designio divino, quien no tenga interés en su prójimo ni sienta afecto por los demás. Eso, por supuesto, traerá consecuencias y es que al que tiene se le dará más y tendrá más, mientras que al que no tiene se le quitará incluso lo que cree tener. Que nuestro corazón busca tener una actitud fecunda y ansiosa del bien común para poder participar activamente en la construcción del reino.

En este punto la segunda lectura es fuente de consuelo. San Pablo recomienda asumir los sufrimientos del tiempo presente con inteligencia espiritual, precisamente porque trabajando aquí y llevando sobre nuestros hombros la carga de Cristo, podríamos pretender la Vida eterna. En todo caso, ningún problema aquí se compara con la gloria futura. San Pablo propone hacer lo que Francisco, el Papa, recomienda vivamente: cuidar intensamente la tierra, la casa común. San Pablo menciona los sufrimientos que sufre la naturaleza al ser afectada por nuestro pecado, dice que, cuando Cristo regrese en gloria, también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción a la que la hemos sometido.

Por fin Jesús explica el sentido de la parábola. Nosotros no somos ni sembrador ni semilla. El sembrador es Cristo, que sale a sembrar su abundante semilla — la palabra de Dios — y quiere que llegue a cada rincón del mundo sin valorar ni la calidad del suelo ni la posibilidad de que germine.

La parábola propone hasta cuatro tipos de suelo: el camino, el pedregal, las espinas y la tierra fértil, aunque la tierra fértil tampoco tendrá la misma calidad, porque el aire buena y óptima, de mediana calidad y el suelo malo. Nosotros deberíamos intentar ser tierra fértil de la mejor calidad, sólo que la parábola da oportunidad para que descubramos que tampoco somos ese suelo de manera estable sino intermitente: a veces somos uno y a veces otro. Jesús, entonces, explica con detalle qué sucede con la semilla cuando cae en uno u otro suelo. Es importante descubrir el esfuerzo que debemos hacer, no sólo para ser tierra fértil, sino para serlo de la mejor calidad, para producir lo máximo.

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