Todavía estaremos algunas semanas con esta conversación aguda que Jesús sostiene con quienes le han estado indagando sobre este pan maravilloso que les ha ofrecido. Por cinco domingos hemos leído el capítulo 6 de San Juan a pesar de que el evangelista este año es San Marcos. En una primera fecha Jesús multiplicó los panes. En el siguiente domingo se presentó a sí mismo como el pan de Vida, el pan bajado del cielo. Hoy avanzará en esa propuesta sobre todo porque los judíos le han reclamado esa libertad con la cual ha declarado ser el pan bajado del cielo, cuando todo el mundo sabe de quién es hijo y de dónde salió. Recordemos que estas conversaciones Jesús las está desarrollando en su pueblo. Ahora el Señor, además de pedirnos que lo identifiquemos como pan de Vida, va más allá y nos dice que, si queremos escuchar al Padre debemos acudir a él, porque él es el único que ha visto a Dios. Jesús termina sentenciando que creer en él es lo único que nos conseguirá la vida eterna, mientras repite que él es el pan de Vida. Poco a poco mientras Jesús habla se va a ir separando del mero tema alimentario para enfocarse en otra cosa. De hecho, al terminar el pasaje Jesús asegurará que el pan que él dará es “su carne para la vida del mundo”. Esto deja planteado el tema de la Eucaristía para la semana próxima.
En la primera lectura asistimos a un pasaje muy dramático. Elías, obedeciendo sus propios instintos, ha pasado a cuchillo varios centenares de profetas de Baal, porque supone que esa es la voluntad de Dios. Como su acto fue tan salvaje, es amenazado de muerte por la reina Jezabel, una de las mujeres más perversas de la Sagrada Escritura, por lo que debe huir al desierto. Allí el profeta se desea la muerte y se echa a dormir, pero es despertado por un ángel que le ofrece unos panecillos y agua. Recibido el alimento milagroso, una especie de pan del cielo, y entonces el profeta puede levantarse para ir al encuentro de Dios. De alguna manera Elías refleja a todo cristiano, todo ser humano que viene este mundo que, a pesar de sus errores y pecados, es alimentado por Dios con su pan y fortalecido para su camino.
En la segunda lectura, este cristiano que ha comido el pan de Dios y que se sabe llamado por Él a una vida mejor, porque ha sido marcado con el sello del Espíritu, comprende que su vida debe cambiar radicalmente, evitando la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. El cristiano, alimentado por el cuerpo y la sangre de Cristo, debe asumir la bondad, la compasión, el perdón mutuo, porque Dios nos ha perdonado en Cristo. En una sola frase, San Pablo nos explica lo que tenemos que hacer: tratar de imitar a Dios como sus hijos muy queridos. Pablo mismo de la que, para hacerlo bien, el mejor modelo, el único, es precisamente Jesucristo, el hijo eterno de Dios, que se hizo carne y que fue capaz de entregarse por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.
La síntesis de todo vendría a ser muy simple: debemos saber reunirnos en Eucaristía, ser hermanos los unos de los otros, reflejar en nuestras vidas a nuestro Dios y señor Jesucristo, precisamente porque nos hemos alimentado de la doble mesa que él nos ofrece cada domingo, es decir, la mesa de la palabra y la mesa del Pan de Vida. Si somos coherentes, si vivimos esa capacidad para saborear a Dios, podremos consagrarnos con toda alegría y gozo a la construcción en este mundo, para echar los cimientos del reino de los cielos en la tierra, y que logremos disfrutar de él cuando termine nuestra existencia.