Domingo XI del Tiempo Ordinario

Recuperamos hoy aquellos domingos que pertenecen al Tiempo Ordinario, es decir, ese tiempo pausado y lento en que vamos avanzando sobre Cristo y profundizando en su misterio, para consolidar nuestra fe. Los tiempos fuertes, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, están llenos de agitación y de minucioso análisis de los grandes misterios de Cristo. Este Tiempo Ordinario se serena y profundiza contemplando, no un solo misterio de Cristo sino diversos elementos vistosos y llamativos de su propia existencia.

En este domingo, que es el undécimo, tenemos un Evangelio muy llamativo. Se nos dice que Jesús avanza por ciudades y pueblos enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del Reino. Parece un texto reiterativo, incluso parece del inicio del Evangelio, pero no es así. Nunca olvidemos que la tarea de Jesús fue esa, justamente anunciar la buena noticia, poniendo en manos de las gentes un mensaje de salvación luminoso, que alcance el fondo de sus corazones y los lleve a plenitud. Nos conmueve, por otra parte, la compasión que Jesús experimenta para con sus hermanos y hermanas, a quienes ve como ovejas que no tienen pastor. Él sabe que los seres humanos necesitamos una respuesta desde Dios Padre, y que ese mensaje debe ser entregado por él y aquellos a quienes él envíe, porque de lo que se trata es de conocer del amor de Dios y sobre todo aprender a compartirlo con todos. Jesús predica y lo hacen sus enviados, pero nosotros debemos pedir siempre al dueño de los sembrados que envíe operarios para la cosecha, para esa cosecha de anuncio y constatación del reino de los cielos.

Esa misma espiritualidad es posible percibirla en la primera lectura, en la manera como Dios trata su pueblo. Habiéndolos rescatado de las manos de Egipto los llevó con cariño y cuidados, los mismos que se darían a un hijo muy querido. En ese texto que escuchamos brilla Moisés, como mediador y como figura muy grata para el pueblo y para nosotros. Moisés es el mediador, es el que lleva el mensaje del pueblo a Dios y trae de vuelta el consuelo de Dios para su pueblo. Nos impacta como en este pasaje del Éxodo que hoy meditamos, Dios se revele tan intensamente interesado en el futuro de su pueblo, tan atento a su desarrollo y crecimiento. Es apasionante que Dios revele desde tan temprano que no los quiere como un pueblo masificado, manipulado por unas autoridades que los hagan sentir inferiores, sino que quiere que su pueblo sea un reino de sacerdotes, una nación consagrada a Dios. Esto será muy importante en el proceso de la revelación de Dios que realizó Jesucristo en la historia.

Esa notable la preocupación de Dios por su pueblo. San Pablo declara a los de Roma que Cristo murió por nosotros cuando nosotros todavía éramos pecadores, es decir, que Dios, lejos de pensar en el pecado, ya consideraba perdonar a sus criaturas para darles vida eterna. Nosotros nos toca es creer en él, confiar en su misericordia. Nuestros pecados no son importantes lo urgente es que entendamos al amor de Dios, un amor dispuesto el perdón, un amor deseoso de perdonar, un amor que quiere vernos crecer liberados del yugo del pecado que nos acusa. Nosotros, justificados por Cristo, hechos santos por su amor, debemos aprender a disfrutar de ese amor de Dios que se interesado en nuestra vida y no nuestra muerte, y trabajar intensamente por la redención de la humanidad, es decir, la construcción del reino.

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