Domingo IV. 18 de diciembre

El cuarto domingo de Adviento lo marca la gloriosa figura de Santa María virgen. Como estamos en el Evangelio de San Mateo y él quiere que los hebreos comprendan que Jesús es el mesías, el enfoque de la maternidad de María va a estar contrapesado con la paternidad de José. El texto es maravilloso porque, aunque reconoce la grandiosidad de la madre, que tomará carne de su carne para que el hijo de Dios se haga carne, cuando ese niño nazca de las entrañas de María debe tener familia y para que esa familia tenga sentido, debe ser descendiente de David. Para lograr eso se necesita a José. Si María da la humanidad al niño, José lo entronca con la casa de David. Así se cumple la profecía de Isaías que es precisamente la primera lectura de hoy, que una doncella, una virgen, conciba idea lose un hijo. Debemos destacar que una doncella no puede quedar embarazada porque precisamente el embarazo se opone a su condición de doncella. Aquí está el misterio de la virginidad de María gozosamente planteado. El niño, que se llamaría Emanuel, en realidad recibirá el nombre de Jesús que prácticamente tiene el mismo significado.

La primera lectura es pues el texto de Isaías ya citado y tan maravilloso pasaje que para los hebreos era absolutamente incomprensible, es respondido con el salmo 23 que con toda la fuerza del sentir cristiano aclama: “Va a entrar el Señor, es el Rey de la gloria”.

La segunda lectura es el inicio de la carta los romanos. Allí San Pablo, después de saludar, expone en una preciosa síntesis el misterio de Jesucristo: nacido de la estirpe de David según la carne y constituido hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos. A ese Jesús debemos la gracia y la obediencia de la fe porque todos hemos sido llamados por Jesucristo.

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