Ahora sí que asumimos a San Mateo. Al repasar el texto completo podrá tener claro que uno de los intereses primordiales de nuestro Evangelista es ayudar a los hebreos entender que en Jesús se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento referidas al mesías. El Evangelio de hoy, por ejemplo, nos dice que Jesús volvió su tierra, en Galilea, pero que no permaneció en Nazaret, sino que se estableció en Cafarnaúm, tierra de Zabulón y Neftalí. Precisamente eso era lo que pedía el profeta. Allí nuestro redentor inicia su predicación y elige los primeros discípulos, a Simón, al que luego llamaría Pedro, y a su hermano Andrés, los llama y los hace pescadores de hombres, junto con sus amigos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.
La primera lectura es el texto de Isaías citado por Mateo, que afirma que, en las ciudades mencionadas, al otro lado del Jordán, iniciaría su tarea el mesías. El anuncio profético usa una de las frases más poéticas y estimulantes, cuando el profeta dice de que el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz y que, además, vendría la destrucción del yugo y la barra que pesa sobre la espalda, del palo con que los amenaza el carcelero. Es la salvación que Dios trae para el mundo entero, empezando en Galilea. Porque se ha hablado de la luz de Dios, el salmo responsorial es el 26, que precisamente nos hace decir “El Señor es mi luz y mi salvación”.
La segunda lectura, porque la semana pasada empezamos una lectura continuada de la primera Corintios, permite a Pablo hacer a los cristianos una profunda llamada a la unidad, a vivir iluminados por Cristo, en armonía, con una sola manera de pensar y de sentir. Las divisiones son inaceptables porque somos todos seguidores de un mismo Cristo. Es inaceptable que haya sectas dentro de la Iglesia, como también que se hagan partidos y pretendamos seguir curas, obispos, o líderes, porque nuestro seguimiento debe ser sólo de Jesucristo.