Ya en el tiempo Ordinario, cuando deberíamos estar leyendo a San Marcos, quizá porque es un evangelio más bien breve, la Iglesia de nuevo nos propone el Evangelio de San Juan. Pero hay otra razón.Se quiere que ahora profundicemos la vocación cristiana, la relación personal con Cristo. Para hacerlo, el mejor pasaje para ver la relación personal con Cristo es este texto que hoy leemos, cuando oímos cómo, dos discípulos del Bautista, Andrés y su amigo Juan, son dirigidos por su maestro a mirar a la persona de Jesús, “el Cordero de Dios”, aquel que quita el pecado del mundo. Es llamativo notar cómo aquellos discípulos, estudiosos de la palabra de Dios, entienden que deben abandonar al que han considerado su maestro y empezar a seguir a Jesús, de quien lograr el consuelo y la certeza que todos necesitamos.
La primera lectura hoy es también importante. Quizá recordemos la historia de Ana, aquella mujer que pidió un hijo a Dios y que si se lo concedía lo entregaría en el templo. Como el milagro se produjo, el pequeño Samuel es dejado en el templo de Silo. El niño no conoce a Dios, de modo que, cuando éste lo llama, Samuel no sabe cómo responder. Pensando que lo ha llamado Elí, va a ponerse a sus órdenes. Eso sucede una y otra vez. Cuando el sacerdote entiende que es Dios quien lo está llamando, instruye el niño para que cuando lo llame de nuevo, se ponga a sus órdenes diciendo: “habla, Señor, que tu siervo escucha”. El niño hace como le indicó su maestro y Dios entra en el inmediato contacto con él para transformarlo en portador de su mensaje. Es decir, así encontró Samuel la vocación fundamental en su vida.
Con un marco un poco amplio, en la segunda lectura, San Pablo nos pide enfocar nuestro cuerpo, nuestra vida, todo nuestro ser, al cumplimiento de la voluntad de Dios, descubriendo que, por supuesto, nuestro cuerpo no está llamado el pecado o a la impureza, sino a ser miembros de Cristo, porque cada uno de nosotros debe unírsele en cuerpo y alma para ser un solo espíritu con él. En otras palabras, San Pablo quiere que nosotros tengamos total conciencia de que hemos sido llamados por Dios a vivir una vida digna del proyecto original. No se trata de que flotemos en el aire, sino con los pies en la tierra, una vida en la que todo lo que hagamos sea para asumir gozosos la voluntad de Dios. Así Dios hará encarnar su voluntad en nuestra existencia y así estaríamos glorificando a Dios en nuestros cuerpos.
El encuentro de Juan y Andrés con Jesús los lleva a la casa donde vive el Señor. Allí pasan juntos la tarde. Juan recuerda ese día con gran afecto. En realidad, en este día y allí, logró él su primer encuentro personal con Cristo, encuentro que todos deberíamos tener, propiciarlo en nuestros corazones y promoverlo en el corazón de los demás, porque en ello consiste la verdadera espiritualidad. Es un encuentro personal con Cristo, no con los ángeles, ni con los santos, ni siquiera con la Virgen María. Como se ha dicho, es un cruce personal, es primera entrevista con Cristo, que será la que me lleve a una profunda intimidad con él. De ese encuentro personal con Cristo debe nacer un deseo profundo de ayudar a los demás a vivir mejor y, por supuesto, a lograr un encuentro similar, porque nada es más importante que ayudarle a alguien a quien amamos a intentar y lograr esta meta. Que un hermano se encuentre con Cristo es lo más importante que le puede pasar en la vida y lo mejor que nosotros podríamos hacer para consolidar nuestra vida cristiana es ayudar a los hermanos a tenerlo.