Domingo I Cuaresma, Ciclo B

Llegamos a la Cuaresma. Hoy, en domingo, la liturgia nos permite iniciar solemnemente el tiempo en el que la Iglesia nos llama, como una madre preocupada, a revisar nuestras vidas, a que corrijamos aquello que esté torcido, que convirtamos nuestro corazón y asumamos la verdadera senda del Señor.

El primer domingo de Cuaresma nos plantea cada año un mismo tema: las tentaciones de Jesucristo en el desierto. En este ciclo, cuando estamos leyendo a San Marcos, el texto es extremadamente breve y nos sorprende, porque de alguna manera sintetiza eso que cada uno de nosotros experimenta en su propia vida. Así como Cristo, nosotros, de alguna manera, después de ser bautizados y llenos del Espíritu Santo, somos llevados por este Espíritu al desierto de la vida. En este desierto, sufrimos las tentaciones del enemigo y sabemos que lo que debemos hacer es enfrentar la tentación y aprender a no caer en la trampa. Vivimos nuestra vida entre fieras y ángeles, es decir, entre gente que nos hace daño, nos perjudica y agrede y gente que nos aman y nos estimulan para ser cada vez mejores. Es decir, que Jesucristo nos muestra su transcurrir por el desierto, sin caer en la tentación, para darnos ejemplo de lo que debemos hacer con nuestra existencia, cómo debemos vivir venciendo las tentaciones del enemigo.

La primera lectura inaugura la propuesta de las alianzas que Dios hace con su amada criatura humana. La primera de ellas es la que Dios hizo con Noé después del diluvio. En el texto vemos a un Dios arrepentido de haber castigado a la humanidad, comprometiéndose a no permitir que haya otro diluvio y estableciendo una alianza con el ser humano cuyo sello fundamental es el arco iris. Si Dios castigó a la humanidad con un diluvio, ahora promete que no lo hará más y lo garantiza con este arco luminoso que aparecerá en el cielo en días de lluvia. El arco es garantía, pues, de que ya no habrá más diluvios.

Los textos de la segunda lectura de toda la Cuaresma serán pasajes de la primera carta de San Pedro. Esta carta es un modelo de lo que hoy conocemos como catequesis bautismal, es decir, un mensaje dirigido a todas aquellas personas que asumen el bautismo. Esta carta viene a convencernos de que la Iglesia siempre ha hecho grandes esfuerzos para formar adecuadamente, no sólo a quienes se van a bautizar, sino también, cuando se trata de niños, a quienes los traen al bautismo, sean sus padres, sean sus padrinos o madrinas.

El texto de Pedro, en esta ocasión, plantea a la Iglesia el vínculo que tiene el bautismo con la participación del bautizado en la muerte y la resurrección de Cristo, sobre todo porque su resurrección fue la que permitió al Redentor tener acceso al mundo de los muertos para rescatar a quienes ya habían terminado su vida, y para usar una imagen, sobre todo a aquellos que, por la fe, se salvaron de la muerte en el diluvio. El bautismo nos salva, no sólo porque nos limpia de la impureza y de la mancha de pecado, sino sobre todo porque nos permite participar en la nueva vida que nos da Jesucristo. Al ser bautizados, somos sumergidos en la muerte de Jesús y entramos a participar en su resurrección para unirnos a él, que está ahora sentado a la derecha de Dios y que ha recibido todo poder y toda gloria.

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