A punto de terminar la preparación para la Pascua, alcanzamos el Domingo de Ramos, el momento en que Jesucristo entra en Jerusalén. El domingo está marcado por un par de elementos llamativos. Notemos, por ejemplo, el uso que hace Jesús. Esto, nunca visto, lo hace porque el burro fue la cabalgadura oficial del rey David. Esto despierta la emoción y la reacción del pueblo que lo saludan cantando: “hosanna al hijo de David”. El saludo estaría acompañado por el agitar de las palmas y el colocar mantos en el piso para que pasara el Señor. Están viviendo una incomparable experiencia mesiánica: el pueblo urgía que el mesías viniera para darles la presencia de Dios y la respuesta de Dios.
El domingo se llama: “Domingo de Ramos, en la Pasión del Señor, porque tiene un doble sabor. Primero reproducimos la entrada de Cristo en la ciudad de Jerusalén acompañado con esos cantos y danza. Pero al llegar a la Iglesia, todo cambiará y pasará a ser amargo, porque entonces celebraremos la muerte de Cristo en la cruz. Si, esta misa debe podernos entender que celebramos con gozo la entrada en Jerusalén y luego, con profunda tristeza y emoción, la ejecución de aquel que nos rescató de la muerte.
La primera lectura, de los cánticos del siervo doliente, marca el inicio de lo amargo de la celebración. Se nos propone a uno que sufre, es golpeado, humillado e insultado y que se sabe plantar con valentía ante aquel que lo ataca, precisamente porque está seguro de que Dios nunca lo abandonará.
La segunda lectura es ni más ni menos que el cántico de la humillación, tomado de la carta los de Filipos. El himno, posiblemente encontrado por San Pablo en alguna de las comunidades primitivas, describe con absoluta luminosidad la actitud valiente de aquel que siendo Dios no se aferra a su condición, sino que se lanzó con soltura sobre el proyecto de salvación que Dios había preparado y que le propuso en el momento crucial. Por ello aceptó ser humillado hasta la muerte, y muerte de cruz. Pero Dios lo exaltó y le concedió un Nombre que está sobre todo nombre.
Como Evangelio se nos proclamará la pasión según San Mateo, texto extendido y amplio que nos describe de muchas maneras la pasión del Cristo, sustentado en diversas profecías que el Mesías iría sumiendo paso a paso. Todo esto llegaría a su punto culminante en la frase: “Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?” y la muerte de Jesús. La minuciosidad de la narrativa de Mateo nos sorprende con los detalles y la profundización del texto. La pasión empieza con la narración de la cena, porque la Cena del Señor es precisamente el anticipo y la conmemoración de la entrega de Cristo por nosotros.
Que la lectura pausada y serena de ese texto maravilloso nos colme de paz y de la serenidad propia de quienes se saben salvos por Jesucristo.