Domingo de Pascua

Aleluya, aleluya, aleluya.

Éste es el clamor de hoy en la Iglesia universal, porque se celebra con gozo aquel momento supremo y que nadie atestiguó, el de la victoria de Cristo sobre la muerte. Digamos con naturalidad que la resurrección de Cristo es el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad.

La noche fue quebrantada por la luz del cirio pascual que ardió para manifestar la resurrección de Cristo. La comunidad gozosa y reunida en torno al fuego santo cantó la gloria de resucitado y escuchó la historia de la salvación que narró la liturgia para terminar proclamando el hecho indescriptible del triunfo de Cristo sobre la muerte. Unos adultos fueron bautizados para recordarnos que por el bautismo pasamos de la muerte a la vida y fuimos transformados en el mismo Jesucristo, que ahora somos hijos de Dios y que fuimos ungidos por el Espíritu Santo.

De mañana, la Iglesia, llena de alegría, recuerda cómo, en los primeros pasos de la Iglesia, los apóstoles salieron a anunciar el kerigma, es decir, el hecho sorprendente de Jesucristo que padeció, murió en la cruz, fue sepultado y resucitó. Por ello San Pablo nos pide buscar las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, porque desde ahora nuestra vida está oculta con Cristo en Dios.

En el Evangelio podemos constatar ese acontecimiento fundamental de la vida de los cristianos. Por el aviso de María Magdalena los apóstoles Pedro y Juan fueron hasta la tumba de Jesús que aparentemente había sido violentada. La encontraron abierta y al entrar tuvieron una experiencia desconcertante. Allí no había nada que ver. Ese vacío, tan desconcertante de no saber qué pasó con el cuerpo de Jesús, produce curiosamente una reacción en el apóstol que escribe: si la tumba está vacía es porque Cristo resucitó.

Por la tarde es posible que escuchemos otro Evangelio, el del camino de Emaús, cuando aquellos dos discípulos se iban de Jerusalén a reanudar su vida normal caminaron con Jesús sin percatarse de que era él. Jesús mismo los acompañó e ilustro sobre aquellas páginas de la Escritura que se referían al Salvador universal, su sufrimiento, su muerte y su resurrección. Con un ruego intenso aquellos hombres le piden a Jesús que se quede con ellos. Él accede y cuando van a la mesa, Jesús parte el pan. Entonces los discípulos toman conciencia de que están en su presencia, pero él desaparece dejándoles el pan en la mano, pan en que ellos perciben la presencia misteriosa y sacramental de Cristo. De inmediato, aquellos hombres llenos de fe vuelven a Jerusalén a llevar el mensaje salvífico de que Cristo resucitado, sólo que ya los apóstoles saben la noticia porque el Señor se apareció a Simón.

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