Domingo de la Transfiguración del Señor

Interrumpimos el ciclo natural de las lecturas de los domingos del Tiempo durante el Año para celebrar una fiesta del Señor Jesucristo, su Transfiguración. Se trata de un acontecimiento posiblemente histórico, por cuanto es repetido por los tres sinópticos, que narra el instante en que Jesús, estando en oración, ve transparentar su carne y muestra, porque así quiso la voluntad del Padre, su naturaleza divina, la que llevaba por dentro y que hasta ese momento había sido absolutamente invisible para todos.

La motivación para que Jesús mostrara su divinidad a sus tres discípulos más cercanos, parece ser su inminente, cuando los apóstoles podrían, como de hecho sucedió, ver quebrantada su confianza en Jesús. La transfiguración muestra que la carne de Jesús, que bien podía ser aniquilada por la muerte, guardaba dentro suyo el acontecimiento por excelencia, la divinidad, que garantizaría el triunfo sobre la muerte.

La narración es sencilla y coincide mayoritariamente en los tres evangelios: Jesús tomando a Pedro, Santiago y su hermano Juan los lleva aparte, a un monte elevado, según Lucas, presuntamente a rezar, y allí se transfigura, es decir, transparenta su ser, su realidad, para mostrarse en su plenitud a aquellos testigos calificados. Eso parece ser lo que Jesús quería.

Hay otro elemento determinante y es lo que hace el Padre del cielo, enviar a su Hijo un apoyo celestial, dos figuras trascendentales en la historia de Israel: Moisés y Elías. E gesto del Padre es interrumpido por una reacción humana espontánea y torpe: hagamos tres carpas, tres tiendas de campaña, para quedarnos aquí, donde estamos contentos. La propuesta es de Pedro y supone permanecer allí, en ese cielo temporal, porque creen estar junto a los tres grandes profetas de la historia: Jesús, Moisés y Elías.

Se da una segunda intervención del Padre, que actúa por medio de una nube, símbolo de la divinidad. Ante la propuesta de Pedro, que cree estar frente a los tres profetas más grandes, el padre Dios le responderá con una frase que coincide en las tres versiones de los evangelios: “Este es mi Hijo (muy querido, en quien tengo puesta mi predilección) (el elegido), escúchenlo”. De la frase sacamos dos conclusiones. La primera, que Jesús no es un profeta más, sino Dios mismo entre nosotros, porque es Hijo de Dios. La segunda es una orden taxativa a nosotros de Dios frente a su Hijo: “Escúchenlo”.

El acontecimiento es real, señala, señala figura de testimonio la segunda carta de Pedro, que ve en el acontecimiento la confirmación de Dios de que estamos frente a su Hijo. Mientras tanto, la primera lectura, del profeta Daniel, anunciaba proféticamente sobre la presencia de un ser humano en el cielo, justo frente al trono de Dios y que se le aproxima con autorización, se trata de un ser humano sobre el que usa la expresión “hijo de Hombre”, algo así como: “este sujeto”. Ya que la expresión es usada constantemente por Jesús, nos queda la sensación, más bien en la certeza, de que este ser humano exaltado no es sino el mismo Jesús, aquel en quien el Hijo de Dios quiso encarnarse.

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