¡Feliz domingo de resurrección!
Luego de haber caminado por la senda del dolor, de la entrega y del sufrimiento, Jesucristo alcanza su meta. Ha probado, con su propia muerte, derramando sangre, que estaba absolutamente dispuesto cumplir en su vida los elementos fundamentales de la voluntad del Padre. Ha demostrado, a pesar del silencio que su Padre ha guardado, que es digno de confianza, que se ha adherido absolutamente a ese ideal de salvación que tenía Dios, a este proyecto de rescate del ser humano, creado a su imagen y semejanza. La resurrección es el acto supremo realizado por Dios para rescatar a su hijo de la muerte, en el entendido de que el rescatarlo el que es Dios y es hombre verdadero, la humanidad se ve absolutamente restaurada y capacitada para vivir eternamente, condición con la que Dios lo había creado.
El domingo de resurrección, consecuencia de la Noche Santa de la Pascua en la cual se encendió el cirio pascual, se distribuyó la luz del fuego entre los presentes, se escuchó la palabra de Dios, unos adultos fueron admitidos a la vida nueva en Cristo por medio del bautismo, partimos el pan y en ese pan partido reconocimos la presencia de Cristo, triunfador de la muerte y portador de esa nueva vida de los hijos de Dios, se nos abre como una puerta que dura eternamente y que la Iglesia la simboliza con 50 días de celebración ininterrumpida. La Pascua será pues este camino de reflexión y de gozo en el que la muerte de Cristo quedó atrás para dar lugar la victoria del mesías.
La liturgia de hoy plantea un texto de los Hechos de los Apóstoles, anuncio del kerigma con el que Pedro pone en manos de los creyentes la clave para entender a Cristo: se trata de uno que fue azotado, murió en la cruz, fue sepultado y resucitó. Este anuncio es una síntesis perfecta de la obra de Dios que nos motiva y estimula a hacer seguimiento de Cristo. El salmo, el 117, alaba a Dios por las cosas que ha hecho, por haber metido la mano en la muerte y haberle arrebatado su propio hijo, y por habernos dado en el Vida eterna. La segunda lectura tiene dos propuestas. Me interesa la primera en la que San Pablo declara que nuestra vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. El Evangelio, de Juan, narra el encuentro de los apóstoles con una tumba vacía, lo que les produce una certeza: Jesucristo resucitado.
La segunda opción del Evangelio es el camino de Emaús. Este texto se lee de ordinario por la tarde, en la caída del sol, momento en que Jesús se habría encontrado con estos caminantes que, desconcertados, abandonaban Jerusalén donde ya no tenían nada que hacer. Ellos se encuentran con Jesús que se les une y les explica las Escrituras para que puedan entender cómo el mesías debía padecer para entrar en su gloria. Al cabo de un camino largo llegan a dónde iban y los desconcertados creyentes invitan a Jesús a permanecer con ellos. Jesús acepta, parte el pan y se los da, y ellos descubren que es Él, pero Jesús desaparece. Al constatar que Jesús estaba con ellos, primero física y luego en el pan partido, los discípulos se ven urgidos de regresar a Jerusalén para comunicar la buena noticia, de la resurrección de Cristo, el Cristo ya se les ha adelantado y hasta visitó a los apóstoles. Jesús ha resucitado, aleluya, aleluya.