La Iglesia celebra la Epifanía el 6 de enero, sólo que cuando ésta no cae domingo, para que toda la comunidad creyente pueda celebrarla, prefiere que sea trasladada al domingo entre Año Nuevo y, a más tardar, como sucede este año, el domingo 8 de enero. Como este año se da ese fenómeno, también la fiesta del Bautismo del Señor, con la que se inicia el Tiempo Ordinario, debe trasladarse. Esta vez será al lunes siguiente, al 9 de enero. La Epifanía es la fiesta de la manifestación de Cristo como redentor de toda la humanidad. La solemnidad, que en la Iglesia de Oriente tiene una valoración muy especial porque equivale a Navidad, es la expresión más clara de la importancia que tiene el reconocer que Cristo vino como salvador universal. El Evangelio es de San Mateo. Esto es llamativo porque este evangelista, al que le interesa la salvación del pueblo de Israel, nos narra la llegada de unos magos del oriente, unos investigadores científicos que, habiendo descubierto una estrella en el cielo, la leyeron como acontecimiento importante y se dejaron venir desde sus tierras lejanas, para dar la bienvenida a este personaje maravilloso. Nunca se dice que sean tres, tampoco que sean reyes ni que vinieran en grandes cabalgaduras. Todo se reduce a la muy sencilla narración de San Mateo.
Ahora bien, cuando Isaías habla de un acontecimiento que convertiría Jerusalén en el centro del mundo porque todos peregrinarían bien hacia la ciudad, introduce la idea de reyes peregrinos, de camellos y dromedarios, de regiones lejanas como Madián y Efa. Por su parte, el salmo 71 menciona incienso y oro como regalos traídos a ese rey que de Estella, y también habla de camellos, de Tarsis, región que hoy sabemos es España, de Saba y de Arabia. Todo ello haría que la creatividad del mundo y sobre todo de los artistas enfocara la fiesta del Epifanía como el momento en que todas las regiones de la tierra rendían culto al mesías recién nacido.
La segunda lectura, de la carta a los Efesios, ilumina el acontecimiento con la declaración de San Pablo que asegura que hay un misterio guardado desde siempre que consiste en que los gentiles, es decir, los que venimos del paganismo, participaríamos de una misma herencia, siendo miembros de un mismo cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús por el Evangelio.
La enseñanza, pues, nos lleva a contemplar a Cristo como redentor de la humanidad y a nosotros a disfrutar de la condición de redimidos por Dios.