Nos sobrecoge intensamente el extraordinario peso iluminador de este pequeño ciclo de tres Evangelio de San Juan, que da un nuevo giro a esta cuaresma y se corresponde con el momento en el que los que van a ser bautizados en la noche Santa de la Pascua hacen sus escrutinios, nos sobrecoge intensamente.
En la primera lectura se nos refuerza la determinación de cómo asumir el bautismo. En el bautismo, recordémoslo, somos transformados en Cristo, que es la luz del mundo. Al ser transformados en Cristo, asumimos el papel de ungidos, así como de mesías, porque hay que saber que Cristo, ungido y mesías son la misma palabra en tres idiomas, griego, español y hebreo. Por eso en la primera lectura vemos como Samuel, el profeta, unge a David rey de Israel. Una persona bautizada es una persona ungida, una persona transformada en Cristo, alguien que asume la tarea de Cristo de evangelizar el mundo.
Si la semana pasada entendimos que Jesús es la fuente del agua viva, esta semana tenemos que comprender que Jesús es la luz que ilumina este mundo. Evidentemente la persona que va a ser bautizada debe tener esto en su corazón. Pero no sólo ellos. También nosotros, los que ya estamos bautizados, debemos trabajar intensamente en fortalecer nuestro cristianismo a partir de esta idea, que Jesucristo es nuestro de luz, la luz que ilumina a todo ser humano que viene a este mundo.
Aquel ciego de nacimiento que recibe de Cristo el don de poder ver, es imagen de cualquier persona que se bautiza, porque pasamos de la ceguera a la luz, pasamos de no creer al querer. Es necesario comprender que hay gran posibilidad de que la fe desestabilice nuestra vida y nos haga pasar dificultades, como, por ejemplo, ser incomprendidos, ser rechazados, ser expulsados. Pero Cristo nos faculta a vivir una vida mejor, al servicio de los demás. En el Evangelio comprendemos que el que era ciego y nunca vio a Jesús, con la capacidad de ver que le da Jesús logra comprender el mundo en que vive, e irá creciendo en el amor a Jesucristo al que, repito, nunca ha visto. Cuando por fin el que era ciego logra encontrarse con Jesús, lo reconoce y, por supuesto, postrándose delante de él lo acepta como Señor. Es doloroso descubrir que, mientras el que no veía ahora ve y es creyente, los que antes veían y creían, ahora resultan enceguecidos por su propia mezquindad.
Por eso la segunda lectura es tan expresiva cuando, en el texto a los de Éfeso, así como a nosotros, San Pablo nos recuerda que antes éramos tinieblas y ahora somos luz en Cristo. El apóstol nos dice por escrito cómo tenemos que ser ahora: buenos, justos y veraces. El bautismo, que nos permite ver con claridad, nos faculta para discernir lo que le agrada al Señor. Jesucristo, que es la luz del mundo, nos enseña a vivir de forma correcta, identificándonos con el y con la voluntad del Padre.