Nadie imaginaría que el Hijo de Dios hecho carne tuviera que soportar la miseria de la tentación. Pero ya decía el dicho infantil: “el que se mete lugar tiene que aguantar” y si el hijo de Dios tomaba nuestra carne debía cargar con las consecuencias de esto . Dice el Deuteronomio que Dios, compasivo y misericordioso, conoció la opresión de su pueblo en Egipto, que: “vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo”. Al asumir el Hijo nuestra naturaleza, asimilaría con mayor fuerza y en su carne ese dolor. Compartía el dolor para responder con mayor eficacia. Las tentaciones en Lucas son tres y muy similares a las de un humano en su vida. La primera: quererlo todo fácil, lograr beneficios y bendiciones sin esfuerzos. Eso no es lo que Dios quiere para nosotros. En la vida humana la meta supone el esfuerzo, la batalla es parte de nuestra vida y la victoria nuestro mejor fruto. Tener pan gratis no es ninguna maravilla, aunque parezca deseable. Vivir para el pan de cada día es una visión muy pobre, porque lo nuestro es buscar los bienes del cielo.
La segunda tentación que enfrenta Jesús es también muy humana: desear, sin esfuerzos el éxito común y vulgar, quizá que seamos famosos y ricos, por supuesto. Ese deseo del poder temporal es muy intenso en muchas personas. Algunos logran el éxito poco a poco, con mucho esfuerzo, pero hay otros que, por impaciencia, pretenden que les caiga en sus manos lo antes posible y por ello utilizan subterfugios, tretas y mañas, es decir, caen en las manos de Satanás, el enemigo del ser humano y de Dios, que puede ciertamente facilitar la senda al tramposo y hacerle alcanzar eso que tanto anhelaban, aunque luego se los cobre. Ahora bien, como Jesús es también el hombre perfecto, al tiempo que no conversa con el diablo ni le pregunta sus criterios, cierra la brecha citando la Escritura con la frase que dice: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto”. El ser humano debe conocer a Dios y recibir de Dios lo que Dios tenga a bien darle, así como administrar bien las cosas recibidas al tiempo que le da culto. San Pablo, en la segunda lectura, nos enseña que nuestra vida debe dedicarse a dos cosas fundamentales: a creer con el corazón y a confesar con la boca la gloria de Dios que se manifiesta en Jesucristo resucitado.
La tercera tentación sufrida por nuestro Salvador, Jesús de Nazaret, es también muy genuina. Desde su más tierna infancia Jesús ha tenido una zozobra, pues ha vivido una extraordinaria relación con Dios. Si eso fuera poco, luego del bautismo de Juan Jesús oyó a Dios decirle: “Tú eres mi Hijo”. ¿Qué significó todo eso? Jesús necesita aclararlo. Es cierto que Dios le iría respondiendo en la vida, pero somos impacientes y muchas veces queremos respuestas ya. Satanás le propone, pues, una salida rápida, un modo de obligar a Dios a demostrarle que es su Padre. Lo logrará si Jesús se suicida lanzándose de lo más alto del Templo, del lugar Santo. Satanás le asegura que, de hacerlo, Dios hará cualquier cosa por salvarle la vida. La opción es descabellada pero posible, pero Jesús tiene convicciones profunda y por ello responde muy concretamente al enemigo: “Está escrito: no tentarás al Señor, tu Dios“. Y así termina aquel primer encuentro entre el hombre Jesús, nuevo Adán, con el enemigo. Solo que este nuevo Adán salió victorioso. Nuevas tentaciones vendrán, pero no será por ahora. De momento Satanás se retira y Jesús puede quedar en paz.