Comentario al Evangelio del domingo 9 de febrero de 2025, V del Tiempo Ordinario

Recuperamos la lectura continua que interrumpiera la fiesta de la Candelaria. Tenemos un pasaje de Lucas de sumo interés. Es el momento en que Jesús, sirviéndose del recurso que un pescador le ofreció, me refiero a una barca para que la use como estrado y desde ella predique sin ser asfixiado por la multitud y se dé mejor oportunidad a la gente para escuchar. Ese es el momento en que Jesús se topó con Simón, quien pronto será Pedro, cimiento humano de la Iglesia. Al terminar, Jesús pide a Simón y a su hermano Andrés que remen mar adentro y echen las redes para pescar. Pedro, que ha pasado la noche pescando sin lograr nada, y sabe que no se pesca de día pues los peces rehúyen las redes, le obedece y logra una pesca inmensa. Simón reacciona de inmediato y pide al Señor que se le aleje pues es un pecador. Jesús le responde algo muy enriquecedor que se podría leer, según aprendí ayer: “eres pescador, pero ahora serán hombres lo que pesques”. El impacto es tan grande que Simón opta lo abandona todo y sigue a Jesús.

La primera lectura, Isaías, narra el momento en que el profeta entra en un trance y se descubre a sí mismo en la presencia de Dios. Está en el Templo, Dios está en su trono y el manto de Dios, su gloria, cubre todo el espacio. El profeta descubre que lo que le ha sucedido es gravísimo porque como por su realidad personal, se sabe cubierto de indignidad, porque es un pecador, y dice la Escritura que nadie impuro puede ver a Dios y permanecer vivo. El milagro lo logra Dios mismo que envía a un serafín con una brasa encendida para que queme la boca al profeta, garantizándole que ya no tiene indignidad. Eso estimula al profeta, ya purificado, para que cuando Dios se pregunte a quien enviará, quien sería su portavoz, él se atreva responder: “¡Aquí estoy: envíame!”

Esa indignidad vivida por Simón y experimentada por Isaías, pero que Dios endereza, corrige y restaura, la certifica Pablo en la segunda lectura, cuando proclama el kerigma como ese momento central de la fe, pues todo se basa en la Buena Noticia de la salvación de la humanidad que se ha logrado en Cristo. San Pablo muestra a los Corintios a ese Jesús, el Cristo, que “murió por nuestros pecados, conforme la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Que se apareció a Céfas y a los demás apóstoles, pero que también se apareció” a él, a Pablo, a pesar de su pecado e indignidad. En su texto, el nuevo apóstol declara que la gracia de Dios no ha sido estéril en él, como tampoco lo será en cualquier otro que quiere recibirlo en su corazón y que, además, tenga la convicción y fortaleza para empezar a predicar lo que Cristo predica, es decir, ese perdón, esa reconciliación, esa vida eterna que viene de él y de su cruz.

Descubramos que las lecturas de hoy nos ponen frente a la ecuación reiterada que vive cualquier ser humano que experimenta la llamada de Dios. Es por lo demás cierto que Dios llama a todos y que quiere que cada uno de nosotros asuma esa llamada, no a partir de la realidad pecadora que todos tenemos sino de la certeza absoluta de que Dios hace dignos a todos aquellos que llama. De eso se trata, y ahí está la respuesta que Dios nos da. No hay seres humanos que no sean pecadores, pero sí que hay seres humanos que se saben perdonados por Dios en Cristo.

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