Epifanía significa manifestación. Hoy hacemos fiesta al recordar el momento en que Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, se revela a la humanidad como Redentor universal. El Niño había nacido del vientre de Santa María, la virgen, por obra del Espíritu Santo y fue asumido por José como hijo, asociándolo a la Casa de David. De estos hechos nadie se enteró mucho, como no fueran los directamente involucrados, María, José, Isabel y Zacarías y los parientes cercanos de ambos, así como unos cuantos pastores. Pero Jesús hoy se manifiesta al mundo en su misterio y Dios nos sorprende cuando unos magos de Oriente se presentan en Jerusalén buscando información sobre un niño que habría nacido. Estos hombres venían de lejos para rendir homenaje a un rey recién nacido. El Evangelio de San Mateo no nos dice que hayan sido tres, ni tampoco sus nombres, ni su procedencia, ni ningún otro detalle. Sólo se nos habla de algo que sucedió y que produjo una gran agitación en Jerusalén, así como una gran alegría en aquellos hombres que por fin lograron ubicar al niño y postrarse delante de él para adorarlo.
El contenido de esta narración es de un valor inestimable por cuanto nos habla del involucramiento universal en esta acción que Dios realiza por el bien de una humanidad quebrantada por el pecado. De esa universalidad nos habla la segunda lectura, Pablo a los de Éfeso, que manifiesta ante nosotros, los paganos, una gran verdad oculta desde muchos siglos y que Dios puso de manifiesto precisamente en el nacimiento de Jesús, un misterio “que no fue manifestado a las generaciones pasadas, pero que ahora sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas”. El misterio que se revela, para plena alegría y gozo de nuestros corazones, consiste en que los paganos también participamos de la misma herencia, como miembros de un mismo cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús”. La salvación universal era, pues, el proyecto que Dios concibió desde el principio de los siglos y el cual fue preparando mediante el desarrollo de un paradigma: el pueblo de los hijos de Abraham.
Lo interesante es que hay otros textos en la Escritura que se anticipan a esta narración, con imágenes y sensaciones muy especiales. Tanto Isaías 60 como el salmo 71, aportan imágenes muy particulares, a saber, la mención del oro y del incienso (que Mateo completa con la mirra, para evocar la humanidad mortal), la migración extraordinaria desde todos los rincones de la tierra de una humanidad necesitada de las respuestas de Dios, respuestas que se concretan en una luz extraordinaria que atraería a todos porque la gloria del Señor brilla sobre Jerusalén. Para nosotros es clara la figura de un Niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Por eso Jerusalén esperaría a la multitud de camellos y dromedarios provenientes de los tres rincones: de Arabia, al este; de Saba, al sur; de Tarsis, que no es sino España, es decir de occidente. El salmo va mucho más allá, pues concede a los visitantes la condición de reyes que viene de Tarsis y de las costas lejanas, a pagar tributo a Dios y a rendirle homenaje. Y todo esto sucede porque el Dios hecho carne libraría al pobre que suplica, al humilde que está desamparado. Porque Dios tendrá compasión del débil y del pobre y salvará la vida de los indigentes. Por todo ello, en oriente, es decir, Grecia, Rusia y los países escandinavos cristianos, la solemnidad de la Epifanía, supone un día grandioso porque se recuerda, como nosotros, que el nacido hijo de Dios había venido a salvar a la humanidad completa. Que los cristianos todos experimentemos el consuelo del nacimiento de aquel que vino a darnos la salvación.