Comentario al Evangelio del domingo 3 de noviembre de octubre de 2024

Con mucha inteligencia, el Evangelio nos presenta un diálogo de Jesús con un escriba. Un escriba era un estudioso, un teólogo, un conocedor de la palabra de Dios. En realidad, el oficio propio de los sacerdotes era casi el de ser carniceros, por ser los responsables de la matanza de los animales para los sacrificios. Los escribas, por su parte, eran profundos analistas de la ley y estaban convencidos de que, si uno cumplía la ley de Dios al pie de la letra, podía llegar al cielo. Este escriba que habla con Jesús, cuyo nombre no conocemos, podemos percibirlo como un hombre verdaderamente singular. Es alguien que se cuestiona profundamente y como quizá haya escuchado a Jesús alguna vez, está muy interesado en profundizar con él, porque tiene una impresión muy positiva del Maestro. Abusando un poco del texto, acaso podríamos asegurar que este escriba estaba en proceso de conversión y que quizá acompañaría a la Iglesia en sus primeros pasos. Lo digo a partir de la frase con que Jesús cierra la interesante conversación, cuando al reconocer la estatura de su fe le dice: “Tú no estás lejos del reino de Dios”.

El escriba, pues, pidió a Jesús le señalara cuál era el mandamiento más importante. Los hebreos tenían unos 350 mandamientos y quizá 630 preceptos. Un millar de normas, todas con el mismo valor y majestad, que no estaban codificadas, es decir, aparecían simplemente una a la par de la otra. En ninguna parte estaba definido un orden para la lectura ni su importancia. Así, vemos que la pregunta no es simple ni malintencionada. El escriba parece querer constatar la calidad de pensamiento de Jesús y saber si le puede aportar algo valioso. Jesús responderá con la primera lectura de la misa de hoy. Me refiero a Shemá, la declaración solemne de los hebreos: “Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas sus fuerzas”. Jesús declara solemnemente que este amar a Dios con toda nuestra intensidad es el núcleo y fundamento del pensamiento hebreo y que sigue siendo el mandamiento más importante y sólido. Pero aprovechando la circunstancia, Jesús agrega el segundo, que nadie le ha pedido, para dejarlo sólidamente constituido: “el segundo es semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

¡Qué prodigio!, el escriba quedo plenamente satisfecho y complacido con la respuesta de Jesús. No sabemos por qué el evangelista Marcos o si fue idea del mismo escriba, que algunos suponen bien podrían ser la misma persona, llegue al extremo de decir que asumir de corazón estos mandamientos “vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”. Por eso llevó a Jesús a declarar que aquel hombre no estaba lejos del reino de Dios, es decir, que si quería podría seguir caminando con los apóstoles. Sin complejo aceptemos que Jesús ya lo miró como un posible cristiano.

La segunda lectura, por su parte, profundiza más en el sumo sacerdote, este personaje tan importante para la vida religiosa hebrea, describiéndolo como: “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima del cielo”. Y aclara que nuestro Sumo Sacerdote no tendría necesidad de ofrecer sacrificios diarios por sus pecados y los de los demás, porque él se ofreció una sola vez por todos los pecados del mundo. Dios permitió que su Hijo se encarnara para que, hecho hombre, se mostrar ante nuestros ojos como el ser humano perfecto para siempre.

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