¡El Rey del Universo! Esto suena sin duda pretencioso, aunque el título se lo vayamos a aplicar a Jesús. La cosa cambia un poquito cuando recordamos que Jesús, que por ser Hijo de Dios es Dios y cuando revisamos las lecturas de la liturgia de hoy. Allí la titulación viene a resultar absolutamente correcta. Este título y la solemnidad nacieron a principios del siglo XX, mal momento para la historia de la Iglesia cuando perdía sus posesiones temporales y era confinada al Estado Vaticano. El Papa Pío XI quiso superar la adversidad y hacernos ver que de todas maneras Jesucristo es rey del universo sobre todo porque, hecho hombre, se entregó por nosotros en la cruz, destruyendo así nuestra muerte, y que al ser resucitado por el Padre nos capacitó de alguna manera para participar de su resurrección.
La primera lectura es una visión del profeta Daniel. Esas visiones son experiencias de iluminación divina que llegaban al profeta y lo llenaban de una riqueza inmensa, esa certeza voluminosa que sin duda no era fácil de entender y menos de explicar. Tenemos que recordar que esas iluminaciones llegaban al autor sagrado sin forma alguna y que precisamente la forma se la daba el hagiógrafo al poner por escrito la experiencia. Este profeta, llamado Daniel, escribió sus textos en un lenguaje llamado apocalíptico, muy simbólico y utilizado por muchos para mantener la información bajo cierto secreto. En esas visiones Daniel ve un hijo de hombre, es decir, un ser humano, que es arrebatado hasta lo más alto del cielo y puesto de pie en la presencia de Dios, recibiendo allí el dominio, la gloria y el reino, así como la promesa de que sería servido por todos los pueblos, naciones y lenguas, con un dominio eterno que no pasará.
En un contraste casi violento, el Evangelio de hoy propone a Jesús en presencia de Poncio Pilato, en el pretorio, siendo juzgado por la autoridad romana por un presunto delito de sedición. Jesús casi nunca contestaba preguntas, pero ese día nutrió al gobernador romano con toda suerte de informaciones importantes. Como a Jesús lo acusan de haberse designado “rey de los judíos”, Pilato pregunta al prisionero sobre esto. Jesús utilizando la misma frase de Pilato, quiere que quede claro de quién es esa ocurrencia y hace caer al gobernador en el error: “¿Lo dices por ti mismo o te lo dicen otros de mí?”, y termina asegurándole que sí, pero que su realeza no es de este mundo. Absorto, Pilato insiste en preguntarle si es ciertamente rey. La respuesta de Jesús utiliza un nuevo “Yo soy”. Le dice: “Tú lo dices, yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo”. Uno pensaría que va a seguir diciendo: “para ser rey”, pero Jesús cambia el argumento y asume su verdadera vocación: “para dar testimonio de la verdad”, garantizando que quien sea de la verdad escuchará su voz.
La segunda lectura es un segmento suntuoso del Apocalipsis en el que se proclama a Jesucristo como Señor, al llamarlo “testigo fiel, primogénito de entre los muertos, Rey de los reyes de la tierra”. Ese rey nuestro tiene sus credenciales, precisamente porque nos liberó por su sangre del pecado y de la muerte y nos hizo, de paso, un Reino sacerdotal que ofrece sin dilación a Dios, su Padre, a quien debe darse gloria y poder por los siglos de los siglos. Tal y como se asegura en el texto de Daniel, se le verá venir sobre las nubes, donde todos lo veremos y lo reconocemos como señor, porque es el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.