Hemos dejado atrás los domingos de las Tentaciones y de la Transfiguración. Ahora nos vamos a adentrar en el tema de este ciclo que está ilustrado por San Lucas. Los próximos tres domingos tiene un carácter doctrinal útil para la celebración litúrgica. Hoy, por ejemplo, tendremos un panorama muy amplio que empieza con la primera lectura. Allí Moisés se topa con Dios por primera vez en su vida. Moisés tiene una formación religiosa muy débil y terriblemente mezclada con la creyencería egipcia, quizá haya oído hablar alguna vez de Dios, pero de una forma más bien débil. Hoy se topa cara a cara con él. Es la escena de la zarza ardiente y allí Dios se le manifiesta como el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, un Dios que se compadece de su pueblo al cual arrancará de la opresión egipcia. En ese pasaje tan luminoso la manifestación de Dios, que no sólo se muestra al que será el caudillo del pueblo sino que además le comunica una especie de sobrenombre para que todos lo logren identificar. Dios dice de sí mismo: “Yo soy el que soy”, lo que en hebreo se dice Yahweh. el llamado que Moisés debe comunicar al pueblo para invitarlos a la libertad es realmente emotivo. Debe decirles: ““Yo soy” me envía a ustedes”.
Ahora bien, el pueblo que Dios sacará de las manos de Egipto no es de ángeles ni santos. Es un pueblo de pecadores que ni siquiera logra identificar a Dios. El camino de la libertad irá mezclado, pues, con el del aprendizaje acerca de lo que en es Dios y cómo deben vivir abrazando su proyecto. San Pablo dice a los de Corinto que observen al pueblo, que fue bautizado en el Mar Rojo, que se alimentó de la misma comida y bebió de una roca espiritual que lo seguía, señalando con claridad que la roca es Cristo. Pablo agrega a quienes lo escuchan que todo esto fue un símbolo para que nosotros, los cristianos, logremos entender la senda que es Cristo mismo y que es similar a la de los hebreos, que pasa por el bautismo, se alimenta del pan de vida, bebe de la roca que es Cristo y debe esforzarse por caminar con mayor atención y cuidado, siendo obedientes a Dios, intentando conocer lo que Dios quiere de nosotros y tener cuidado de no caer.
En el Evangelio, por su parte, Jesús hace a sus oyentes una propuesta intensa a partir de unos acontecimientos de la vida diaria. Algunos mencionan un acto salvaje que hizo Pilato, al mezclar la sangre de unos ajusticiados con la de los sacrificios sagrados del templo, un verdadero horror. Pilato no era hebreo, por supuesto, de manera que la religión hebrea le importaba poco. Jesús agrega al ejemplo 18 personas que murieron cuando cayó una torre en Siloé, y pregunta a la gente si ellos creen que esos muertos eran más pecadores que ellos y que por eso Dios los castigaba. Jesús aclara que ninguno de nosotros se va a librar de la muerte si no acepta el proyecto de Dios y cumple Su voluntad. Y pone un ejemplo, una higuera que está en una viña pero no da frutos. Por ello el dueño de la finca pide al viñador que la arranque para que no estorbe. Aquel hombre, conocedor de la tierra y de árboles le pide lo dejé trabajar el árbol todavía un año, sometiéndolo a procedimientos adecuados y hasta agresivos, porque el uso del estiércol es intenso, con la esperanza de que el árbol dé los frutos que se desean. No obstante, el ruego del hortelano no es a plazo indefinido. Pide ese año de modo que, pero que si no da fruto en ese tiempo ya no valdría la pena mantenerlo y se podría arrancar.