Es posible que el planteamiento de San Lucas en su Evangelio, que de alguna manera reproduce el Sermón de la Montaña que nos propone Mateo, obedezca a un hecho real, es decir, a un acontecimiento histórico, algo que realmente sucedió. Es posible, pues, que Jesús haya reunido mucha gente para hacerles un planteo de todo su pensamiento. Lucas, por su parte, ya no lo propone en la montaña sino en la llanura, es decir, cambia las circunstancias. Ahora bien, Lucas, después de las bienaventuranzas y maldiciones, coincide con Mateo en plantear algunas verdades como el amor a los enemigos, el hacer el bien y el estar dispuestos a entregar lo que queremos nuestro a quien nos lo pida. Lucas cierra esta llamada con la propuesta de la regla de oro de Jesús, que no nos pide no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan sino, yendo mucho más lejos, tratar a los demás como nosotros querríamos que ellos nos trataran. Si hiciéramos lo que Jesús pide estaríamos logrando la verdadera revolución del mundo, cuando el ser humano decida abandonar su antigua vida de pecado, odio, venganza, para dedicarse al amor, que es a la vida que Cristo nos llama, estaríamos tratando amorosamente a los demás esperando que ellos nos traten igual. La regla de oro nos lleva a vivir el amor a los enemigos, a hacer el bien para obtener una recompensa grande, para llegar a ser hijos de Dios. Esta es la vocación que el Evangelio plantea, es decir, que aprendamos a ser misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso.
Todo debe percibirse a partir de la convención de esa condición de Dios de ser creador de todo, lo cual supone también llevar a la plenitud a su criatura en una especie de evolución. Por eso va proponiendo al ser humano metas cada día más altas. así, la primera lectura nos ha planteado el gesto singular de David quien, a pesar de que Dios le puso a su enemigo, el rey Saúl, en las manos, prefirió no levantar la mano ni herir al ungido de Dios sino respetarlo. De esta manera la vida da una lección a todos los presentes. Al culminar la escena, David habrá logrado enseñarle incluso a Saúl que no es bueno perder el control ni en presencia del enemigo, sino que es mucho mejor devolver el bien por el mal, renunciar a la venganza y, por supuesto, vivir a partir de lo que Dios nos enseña. David llega incluso a hacer ver al rey sobre el modo como le salvó la vida cuando pudo haberlo clavado en la tierra con su propia lanza. Un cristiano nunca asume la venganza por su propia mano, sino que pone las cosas en manos de Dios y asume su voluntad
Esta evolución a la que Dios nos llama para mejorar nuestra vida y crecer en el conocimiento de su amor lo plantea Pablo de un modo diferente. En su primera carta a los Corintios el apóstol propone la verdadera senda del creyente en Cristo que nunca puede dejar de evolucionar. Ya no se evoluciona físicamente sino desde el espíritu, dejando atrás la condición del primer Adán para asumir la condición de Cristo, muerto y resucitado, el último Adán, un ser espiritual que da vida. Pablo quiere que, en nuestra propia experiencia cotidiana, aprendamos a no detenernos en nuestros propios recuerdos, ideas o resentimientos, pues eso no tiene sentido. Debemos dejar todo eso de lado y, como hace Cristo en la cruz, perdonar a los enemigos y avanzar por la senda que Dios propone. Eso es ser una persona cristiana, saber abandonar lo que podríamos creer son nuestros derechos para abrazarnos a la propuesta que Cristo da para nuestra propia vida.