“Concédenos sentarnos uno tu derecha y el otro de izquierda, cuando llegues a tu gloria”. De este tamaño fue la irresponsable petición a Jesús de Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, apenas terminado el tercer anuncio de su pasión. Lo de Jesús no es gloria, triunfo, dinero ni poder, sino sufrimiento y muerte. Nunca entendieron nada, habrá pensado Jesús. Y los indaga acerca de beber su cáliz y bautizarse como él. Ellos, irreflexivos y superficiales como son, dirán que sí, sin darse cuenta de que todo eso lo anunciaba Isaías, capítulo 53, la primera lectura de hoy. Porque si el Adam, el ser humano original, varón y mujer, fracasó al intentar ser criatura humana confiable, otra criatura humana debía demostrar, con su entrega, disponerse a obedecer la voluntad de Dios hasta el final. Por eso dice Isaías: “Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él”. Es decir, que el cáliz y el bautismo no serían cosas hermosas y festivas, sino entrega, flagelación, dolor, muerte y sepultura. De todas maneras, esos lugares de honor tenían dueño. Cuando Jesús subiera su gloria, la cruz, allí lo esperarían dos ladrones.
Por su parte, dice la Carta a los Hebreos que el Hijo de Dios hecho carne, que se entregó por nosotros para darnos salvación, actuó como verdadero Sumo Sacerdote, y hasta penetró en el cielo. Nuestro sumo sacerdote podía compadecerse de nuestras debilidades porque fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Por eso nosotros podemos acercarnos a él, a Jesús, a nuestro redentor, al trono de su gracia, para alcanzar su misericordia, su gracia y su auxilio oportuno.
Jesús constatará la debilidad de los demás discípulos cuando pelearon con los jóvenes por habérseles adelantado a pedir las posiciones de honor. Y Jesús se decide a establecer el contraste fundamental entre sus discípulos y los gobernantes del mundo. Ellos, sean presidentes, dictadores, reyes, papas, obispos, o de cualquier otra forma de gobierno, pueden tender a manipular a su gente como si fueran dueños, cuando en realidad son sólo administradores. Y están también los “poderosos”, esa gente que desconocemos completamente y que gobiernan el mundo sin que entendamos como. Jesús declara que entre nosotros no puede ser así, y proclama su doctrina, tan desconcertante: “el que quiera ser grande, que sea servidor de ustedes”. Nuestra sociedad está educando los niños para que sean ganadores, para que obtengan títulos universitarios, ocupen posiciones de poder, manejen recursos económicos, ganancias y jubilaciones de lujo. Entre nosotros, el que quiera ser el primero que se ponga de último y sirva a los otros, porque Jesús no vino para ser servido sino para servir y dar la vida para rescatarnos.
De frente el Domingo Mundial de las Misiones, debemos tomar conciencia de que, si nos decidimos a ser los últimos y los servidores de todos, porque fuimos llamados por Cristo a ser misioneros, debemos aceptar el llamado. No será para ir al África, al Asia o la india. Ser misioneros hoy es saber proclamar la palabra de Dios en todas partes: nuestra casa, nuestra empresa, nuestro lugar de empleo o de estudio, en nuestro vecindario. Hoy, cuando la Iglesia necesita más que nunca trabajadores para la mies, muchos de nosotros, cuanta torpeza, nos negamos a aceptar el llamado y rechazamos la invitación del Señor.