Comentario al Evangelio del domingo 20 de abril de 2025, de la Resurrección del Señor

La semana pasada decíamos que la Iglesia celebra el misterio de Cristo en domingo. Para entender esto mejor el ejemplo mejor es precisamente este domingo, la fiesta de las fiestas, el día glorioso de la resurrección de Cristo. Éste es, sin duda, el momento más brillante de nuestra fe, cuando Cristo, que se entregó voluntariamente al Padre para, en obediencia, asumir la muerte y muerte de cruz, es rescatado de la muerte por el Padre, con el Espíritu Santo, para que viva, no la vida que tenía entre nosotros, sino la vida en Dios. Con eso, nuestra humanidad se vio liberada de la esclavitud de la muerte e invitada a unirse Cristo, en su cuerpo glorioso, a la eternidad en Dios.

Las lecturas de este domingo son las de todos los años. La primera, en Hechos de los Apóstoles, la síntesis que hace Pedro en uno de sus primeros sermones, cuando plantea a la comunidad creyente del acontecimiento de Cristo, resumiendo el misterio en una brevísima declaración que conocemos como kerigma: Cristo padeció, murió en la cruz, fue sepultado y resucitó. Esa es la base de nuestra fe, la síntesis de nuestra esperanza, la clave del perdón de nuestros pecados. En la segunda lectura, San Pablo dice a los de Colosas que debemos buscar los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, pensar en las cosas del cielo y no en las de la tierra, pues debemos comprender que nuestra vida, la verdadera, está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Eso debe cambiar nuestro comportamiento y transformar nuestra vida terrenal.

En el Evangelio hay dos opciones. En la primera, por la mañana, Magdalena, al no encontrar el cuerpo de Jesús en la tumba, convoca a Pedro y a Juan. Ellos corren juntos, Juan llega primero pero no entra. Pedro llega luego, entra y ve. Por fin entra Juan y advierte que la tumba vacía. Vio y creyó, ero dando a entender que, si bien la tumba estaba vacía, las vendas que envolvieron a Jesús estaban allí, como crisálida, como envoltura temporal, testigo de la transformación de Jesús pero dejada atrás, abandonada, resabio de algo superado, pues Jesús ya no está, ha resucitado.

El segundo texto es óptimo para la tarde, la magnífica narración de Lucas sobre el Camino de Emaús. Aquellos discípulos, en que algunos estudiosos ven la presencia de una pareja patrimonial, la de Cleofás y su esposa María, regresan a su pueblo, huyendo, quizá por el fracaso de Jesús o por el peligro de permanecer en Jerusalén. En el camino se lo encuentran, pero no lo reconocen, e intentan explicar al forastero los acontecimientos. Jesús les reprocha su falta de fe y que ignoren que el mesías debía padecer aquello para entrar en su gloria. Y les explica todo usando a Moisés y los profetas. Llegados a la casa, los discípulos invitan a Jesús a acompañarlos. El accede, se sienta la mesa, toma el pan, lo parte y se lo da. Cuando reciben el pan y empiezan a comerlo Jesús desaparece y ellos perciben su presencia en aquel pedazo de pan. La reflexión es inmediata: “¿no ardía nuestro corazón cuando se nos explicaba las Escrituras?”. De inmediato se ponen en camino hacia Jerusalén para llevar la buena noticia de la resurrección de Cristo, pero la Iglesia ya lo sabe. El texto nos permite comprender que el verdadero encuentro con Jesús resucitado lo realizamos como Iglesia en la mesa de la Eucaristía, en la fracción del pan.

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