Todavía este domingo la liturgia nos plantea elementos vinculados con la puntual exposición que Jesucristo hizo ante sus apóstoles, para que ellos comprendieran cual sería la base de su propuesta. Hoy, en el domingo VIII del Tiempo Ordinario, se avanza todavía un poco en las ideas del sermón, pero con tres propuestas muy concretas de parte de Jesús. La primera idea, que un ciego no puede guiar a otro ciego, simplemente por el riesgo de que fracasen juntos. La segunda es la corrección fraterna, que debe hacerse, de forma cuidadosa. Jesús dice que para nosotros es difícil porque siempre tenemos la mirada bloqueada, no por ciertas impurezas sino por verdaderas vigas. Para hacer bien las cosas, Jesús nos propone primero limpiar a fondo nuestros ojos, mejorar nuestra realidad si es que pretendemos ayudar al hermano, porque nadie da lo que no tiene. Si yo pretendo dar ejemplo cuando el fracaso es siempre mi resultado, no sólo estaré fallando, sino que además impediré el crecimiento del otro. La tercera idea es la del árbol. Quizá un poco a partir de la primera lectura. Allí el Eclesiástico garantiza que el árbol bien cultivado se dará a conocer en sus frutos, así como la índole de cada uno se logra percibir en el hablar de las personas expresa. La lógica bíblica muchas veces es tan precisa que nosotros la pasamos por alto. Ese dar la espalda a la Palabra es portarnos como los ciegos y seremos, incapaces de guiar a otras personas. Los árboles cuidados, abonados, podados, amados, por lógica darán buenos frutos. Si el árbol no recibe riego ni abono, si no es podado ni es cuidado, encontrará pronto su ruina, perderá su cosecha, no dará aquellos frutos que todos esperan. La autoconciencia es una de las virtudes humano. No podemos juzgar a los demás, pero si que podemos juzgarnos a nosotros mismos.
En el texto del Eclesiástico se nos proponen otras cosas, sirviéndose de un lenguaje construido por medio de pequeñas metáforas asegurando que, por ejemplo, si es el horno el que pone a prueba la calidad de la cerámica cuya calidad es probada por el fuego, lo mismo pasa con el ser humano que muchas veces habla mucho y no logra comunicar la verdad. Es en el razonar de las personas donde uno podría elogiarla porque es en el diálogo, en el ejercicio del razonamiento, donde los seres humanos se prueban.
Por su parte, San Pablo propone a los de Corinto un misterio. Al escribir esta carta, mucha gente Pablo incluido, suponían que Jesucristo volvería en cualquier momento. Por eso Pablo se atrevió a decir que no todos iban a morir, pero que todos serían transformados. Esa torpe idea de San Pablo no tendrá ningún futuro. Él mismo morirá, como todos, y Cristo seguirá tardándose en llegar. La muerte, indeseada como es, terminará por conducir al ser humano a su transformación, porque pasaremos de corruptibles a incorruptibles. La muerte será vencida, porque, además de que no fue creada por Dios, se ha empeñado en destruir la humanidad que Dios había creado. Y San Pablo reitera al ser humano algo que ya mencioné, la posibilidad de evolucionar, de crecer, de aceptar la invitación de Dios a ser mejores personas, de progresar constantemente en la obra del Señor, porque el que trabaja para el Señor no trabaja en vano. A eso estamos llamados, allí nuestra condición humana alcanzará esa plenitud a la que Cristo nos convoca con su resurrección. Demos gracias a Dios por esa victoria que nos da por medio de nuestro señor Jesucristo.