Asumimos ahora el Tiempo durante el Año o Tiempo Ordinario, 34 semanas, interrumpidas por la Cuaresma y la Pascua. En este tiempo ordinario profundizaremos el misterio de Jesucristo como en una gran laguna serena y cristalina, llena de riquezas, facetas y detalles para contemplar. Allí iremos descubriendo la riqueza que es Cristo en este ciclo C, acompañados por el evangelista San Lucas. No obstante, tengamos calma. Por un domingo solamente, seremos acompañados por San Juan, con el texto de las Bodas de Caná. En la antigüedad, las tres fiestas: Epifanía, Bautismo del Señor y bodas de Caná, estuvieron juntas, cerrando Navidad, como una sola unidad en torno al misterio mesiánico. Las bodas venían a complementar esa manifestación al mundo de Cristo como redentor universal que conocen los Magos y, por supuesto, la declaración de Dios sobre su hijo muy amado en el bautismo.
Tengamos presente ese deseo de Dios. Él quiere casarse con la humanidad. En las bodas del Evangelio, cuyos novios no conocemos, se produce un tremendo desastre: se acabó el vino. Eso, que pudo significar el desprestigio de la familia, es transformado por Jesús que cambia el agua, símbolo del Antiguo Testamento, contenida en seis grandes vasijas destinadas para las purificaciones hebreas, por un vino delicioso que permite a la boda continuar con el festejo. En el mensaje del Evangelio hay personajes interesantes: María, que impulsa a Jesús, que está reacio a adelantar su hora, para que muestre su amor, o el mismo Jesús, que obedece su madre y produce el prodigio; o los sirvientes que son testigos de primera mano de aquel misterioso acontecimiento, por cuanto llenaron de agua las vasijas y luego llevan al maestresala el agua convertida en vino.
La primera lectura encierra imágenes muy hermosas sobre el insondable misterio matrimonial. Dios quiere desposarse con la humanidad que ha creado, la cual se extravió, se corrompió, pero Dios mismo viene a purificarla y a reconstituirla, elevándola, para que por fin pueda ser su esposa. Dios la hace recuperar su pureza y fragancia esponsal, pero ella debe poner de su parte. En el texto percibimos el inmenso que desborda del corazón de Dios ante su esposa, que es su alegría. Es la elegida, la amada. Si antes fracasó y lo hizo muchas veces, no fue por falta de virtudes, sino quizá por el desatino que le trajo la excesiva confianza en sí misma. Por eso debe cuidarse en el futuro, para complacer a su esposo, que la conducirá a la gloria. Si lo hace, ella tendrá para siempre el puesto de honor.
Por eso la segunda lectura nos habla de los carismas, de las virtudes que tenemos los seres humanos y que no son sino regalos de Dios para sus hijos, adornos para su consolidación, diversidad de dones, diversidad de actividades que brotan del mismo Dios que realiza todo en todos. Asistimos de esta manera a la manifestación plena del Espíritu Santo, que se manifiesta en cada uno de nosotros para el bien común, dándonos sabiduría, ciencia, fe, así como una serie de capacidades para sanar, hacer milagros, hablar con claridad, analizar la Vida y superar las dificultades. Es muy urgente que nosotros sepamos que esos dones vienen del único Espíritu, distribuyendo a cada uno los dones en particular, según su santa voluntad. Así alcanzaremos esa plenitud en nuestra realidad que hará posible que Dios pueda acercarse a nosotros y hacernos su esposa por la eternidad.