Comentario al Evangelio del domingo 15 de diciembre de octubre de 2024

Saludos en este III domingo del tiempo de Adviento. Estamos todavía en preparación, pero no de la Navidad, sino de la segunda venida de Cristo, su parusía. Retomamos, además, el orden correcto de los domingos y hoy, alivianando el proceso penitencial que supondría la reparación a la venida de Cristo, asumimos, con ornamentos en tono rosado y algunas flores en el altar, un domingo que se llama “Gaudete”, es decir, “alégrense”. La alegría, pues, es el subtexto de toda la celebración y vamos a descubrir cómo esa alegría se manifiesta de muchas maneras, a pesar de lo severo de la figura de Juan el Bautista que aparece con toda su fuerza en el trasfondo de este domingo.

En la primera lectura, gritando de gozo, el profeta Sofonías pide a la hija de Sion, a Jerusalén, retumbar de alegría, así como a Israel que se regocije, porque se da por terminada la angustia del pueblo, porque Dios ha retirado las sentencias que pesaban sobre la ciudad y sobre Israel, expulsando a los enemigos. Y el profeta dice luego una frase que nos sorprende intensamente: “El Señor, el Rey de Israel está en medio de ti”. Ese anuncio que hace Sofonías debe llenarnos a todos de alegría, a nosotros como a la ciudad, porque esa presencia de Dios es precisamente Jesucristo. Por eso ya no hay temor alguno, porque el Señor es un guerrero victorioso. Por eso hay que alegrarse y exultar de gozo, porque Dios ha renovado su amor a la ciudad y ahora se pueden vivir los días de la fiesta. 

La segunda lectura plantea, todavía con mayor fuerza, la urgencia de vivir la alegría, una alegría que no se parece a la que la gente despilfarra por las calles, con desenfreno y desorden, porque nuestra alegría es siempre en el Señor. El apóstol subraya la importancia de la salvación, pero asegura que esa salvación debe ser visible a través nuestro, porque nosotros somos quienes divulgaremos el reino de Dios en la tierra. Por ello no podemos vivir angustiados sino gozosos, en el ejercicio de una esperanza que brota naturalmente del misterio del amor de Dios que está en nuestros corazones. El cristiano no debe angustiarse sino vivir en oración, expresándose por medio de súplicas y plegarias, acompañadas de acción de gracias. Esto implica, por supuesto, el acceso permanente a la celebración eucarística. Así podremos presentar nuestras peticiones a Dios. Así estaremos cubiertos de la paz de Dios, que supera toda expectativa y, abrazados por Cristo, movidos a pensar y a amar en la intimidad con Dios.

En el Evangelio contemplamos a Juan el Bautista, este personaje maravilloso que Dios envió al mundo para preparar el camino al mesías. Juan, hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa Isabel, nunca aceptó el sistema que le ofrecía el templo y se retiró muy joven al desierto para convertirse en predicador, anunciando la conversión. Según el texto, sus propuestas eran sencillas y concretas: saber compartir nuestros bienes asumiendo nuestras responsabilidades, no satanizar ningún trabajo, ni siquiera el de los publicados, aunque guardando compromiso con la honradez, a las autoridades públicas, por su parte, les pide algo que hoy es muy difícil: contentarse con el sueldo, es decir, no aceptar mordidas. Juan siempre anunció al mesías, a quien ni siquiera se creía digno de desatar sus sandalias. Y dice que, si él bautiza es para buscar nuestro arrepentimiento, mientras que el mesías lo haría para dar el Espíritu Santo. La tarea de Juan era ya el anuncio de la buena noticia del reino, preparaba el camino a Jesucristo, el Señor.

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