Hoy aparece ante nuestros ojos la gran alternativa, me refiero a que aclaremos si queremos seguir al Señor o rechazarlo. El pasaje que se nos propone es muy conocido: un joven, dice el texto, llega corriendo ante Jesús y, arrodillándose ante él le pide le indique qué debe hacer para heredar la Vida eterna. La respuesta de Jesús es precisa. Sólo que, como el joven ha llamado Jesús “Maestro bueno”, Jesús antes le indaga acerca del porqué lo llama bueno, aclarándole que sólo Dios es bueno. Yo no logro quitarme de la mente la idea de que quizá Jesús está diciendo al joven que, si lo llama bueno es quizá porque tenga la sospecha acerca de la verdadera naturaleza de Jesús. Enseguida Jesús retoma el tema y responde al hombre de manera sencilla. Le señala la doctrina que es natural a los hebreos, es decir, que para lograr las metas de la vida simplemente debe haber cumplido los mandamientos. El joven le responde que todo eso ya lo ha hecho. Entonces Jesús le hace ver, con gran precisión, que hay una cosa muy importante que sin duda él no ha asumido. El maestro se refiere con total claridad al desapego de las cosas que debe vivir un creyente, la renuncia de los bienes materiales. Seis verbos derrama Jesús sobre aquel hombre. Poco antes Jesús ha llamado a Mateo Leví, utilizando un solo verbo: “sígueme”, ahora, mostrando el profundo afecto que le despertaba este nuevo candidato, Jesús amplía la dosis y le dice: “ve”, “vende”, “dalo”, “tendrás”, “ven” y “sígueme”. Si Mateo respondió de inmediato a la propuesta de Jesús, nos frustra la reacción de este hombre, que, tristemente, rechaza los seis verbos de esta invitación porque está muy apegado a sus bienes ya que era un hombre muy rico.
Para entrar en el reino de los cielos, pues, cualquier persona debe lograr primero desapegarse de sus bienes materiales, de las cosas, de las personas, de todo aquello que desplace de alguna manera la centralidad de Jesucristo, la centralidad de nuestro Dios, que es indispensable. Si alguien quisiera seguir movido por lo material, porque no se permitirá entregarse totalmente a Cristo, tampoco logrará comprender el sentido pleno de la conversión, del cambio interior. Interesante que el problema no se refiere sólo a los ricos porque si estos muchas veces están demasiado apegados a los bienes, los pobres también podrían estarlo pues, aún sin tenerlos, los añoran, los envidian, los anhelan, los ambicionan. El desapego de las cosas materiales es la clave para entrar en el reino de los cielos y Dios está dispuesto a premiar ese desapego, el de aquellos que acepten hacerlo para lograr alcanzar así el reino.
La claridad con que Cristo nos habla la resumen maravillosamente las lecturas previas. En la segunda, de la Carta los Hebreos, se nos dice que la palabra de Dios es viva y eficaz, cortante como espada de doble filo, que penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, ayudándonos a discernir nuestros pensamientos. Por su parte, el primer texto, nos advierte sobre la importancia de aprender a hacer la correcta petición para que no ir buscando el espejismo de los bienes materiales, que la mayoría de las veces nos llevará por sendas equivocadas. Al contrario, debo aprender a pedir a Dios, y hacerlo siempre, el espíritu de Sabiduría, que es más importante que los cetros, los tronos, y por supuesto, todas las riquezas. Debemos amar esa sabiduría y buscarla más que la luz del día. Debemos saber, por otro lado, que esa sabiduría no se refiere a conocimientos científicos o intelectuales. Es una sabiduría que no se vincula con la idea de “saber”, sino más bien con la de “sabor”, y busca reforzar en nosotros la capacidad de conocer a Dios, a sabiendas de que de lo que se trata es de aprender a saborear a Dios.