Comentario al Evangelio del domingo 11 de mayo de 2025, IV de Pascua. 

Podría empezar el comentario de los textos sagrados de este domingo, el IV de la Pascua, domingo del Buen Pastor, sin mayor preámbulo, pero eso no es posible. La Iglesia universal, más todavía, el mundo entero, hemos sido sacudidos por la tarea cumplida por 133 cardenales de la Iglesia Católica que, reunidos en cónclave, lograron elegir al sucesor de Pedro, el número 267, el cual se llama León XIV. Es indispensable al menos mencionar al nuevo obispo de Roma, el llamado a unirnos en la caridad, es un agustino venido del Perú, obispo de una ciudad del norte de ese país llamada Chiclayo, aunque su cuna, muy lejana, es Chicago, Illinois, Estados Unidos de América. El gozo de la iglesia es inmenso pues es un hombre que, si por la víspera se saca el día, y me baso para esto en el nombre elegido por el nuevo Papa, pondrá a la Iglesia entera a trabajar en bien de los que sufren, de los pobres, los trabajadores, los abandonados. León XIII fue autor de una encíclica que cambió radicalmente el destino de la Iglesia. La Rerum Novarum, el primer documento de la Iglesia Católica dedicado a la justicia social. Saque sus conclusiones.

 

Pero todo esto nos permite poner en relieve la propuesta del Evangelio de hoy, cuando la Iglesia celebra al Buen Pastor. Ese Buen Pastor es Jesús, el Cristo, que dice con mucha claridad: “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”. Si Jesús es el Buen Pastor, aquel que hace presencia de Cristo en el mundo, al que llamamos Santo Padre, debe serlo con toda propiedad, con toda la fuerza. Cada vez más, en el mundo aumenta el número de ovejas que sufren, ovejas hambrientas, extraviadas. Ellas necesitan al Buen Pastor que las encuentre y las consuele.

 

No será raro, así como sucedió con el papa Francisco, que el Papa León enfrente dificultades. No es raro que los cristianos, los miembros del pueblo de Dios, en las diversas formas y agrupaciones, sean laicos, ministros ordenados o religiosos, obtengan como pago, abundante sufrimiento como consecuencia del anuncio del Evangelio que asumen con generosidad. Lo propio sucedió a Pablo y Bernabé que, después de lograr algún éxito en las primeras predicaciones en el Asia Menor, debieron enfrentar rechazo y amenazas de algunos que, refutando con vigor su predicación, incluso amenazaron sus vidas. Lo maravilloso fue que aquellas amenazas sólo precipitaron en Pablo y Bernabé la toma de una decisión que quizá habían pospuesto, la de abandonar a los hebreos y dedicar su predicación a los paganos. Allí nosotros nos beneficiamos.

 

Todo esto para que de corazón nos llenemos esperanza de que un día podremos contemplar y disfrutar, según garantiza el texto del Apocalipsis, la verdadera naturaleza de la Iglesia, es decir, constituir una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gentes de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Nuestra esperanza es que un día estaremos de pie delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas. Seremos presentados como ofrenda al Dios de los cielos, que nos abrazará. Entonces el Cordero que está en medio del trono será nuestro Pastor y nos conducirá hacia los manantiales de agua viva. Ya no habrá más lágrimas. Amén, aleluya.

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