Comentario al Evangelio del domingo 1 de diciembre de 2024

¡Feliz Año Nuevo! No. No es que se hayan trastornado los calendarios. Lo cierto es que hoy, en el primer domingo de Adviento, se inicia el nuevo año litúrgico, el nuevo ciclo de fiestas y celebraciones en que caminaremos todos juntos hacia la Pascua para que, a partir de ella, podamos salir todos de nuevo a hacer el camino hacia Dios Padre por medio de Jesucristo. Por eso en este domingo, entre otras cosas, los temas también tienen ese sabor de cierre que tuvo el domingo previo a la fiesta solemne de Jesucristo rey. Este domingo tendrá luces de final del camino, de análisis, de balance, de vuelta empezar. quizá es el momento para recordar que el Adviento es un tiempo de espera, que realmente no es un tiempo de penitencia, aunque los ornamentos sean morados. En Adviento esperamos ansiosos la llegada de Cristo. A decir verdad, toda la vida es un Adviento perenne, es tiempo de espera de Cristo a que venga por nosotros. En estas próximas semanas, pues, prepararemos la llegada del Señor. Sólo que primero trabajaremos en la segunda venida de Cristo. Solo a partir del día 17 fijaremos nuestra atención en alistar nuestra Navidad, eso que tanto gusto nos produce. Solo recuerde, todavía no es Navidad.

En este primer domingo de Adviento, ciclo “C”, el profeta Jeremías anuncia el cataclismo que sufrirá la creación entera, esa conflagración final, al cumplirse las promesas de Dios. Ahora bien, en medio de esas angustias y congojas, para que la promesa de Dios llegue a la meta, brotará un retoño en el ya envejecido y estéril tronco de Jesé, en esa casa de David que ya se había arruinado por los malos comportamientos, tanto del rey Salomón como de sus descendientes, lo que habría de provocar, por supuesto, la división del reino en dos mundos antagónicos, el del norte, con Samaria como capital, y el del sur, con Jerusalén. Dios promete que recuperará todo cuando surja de David ese retoño Santo. Todo alcanzaría la estabilidad cuando Dios tomara la decisión de enviar a su mesías.

Eso sucedería con Cristo, por supuesto. Por eso la segunda lectura, primera de Tesalonicenses, es un estímulo, una llamada a crecer cada día más en el amor mutuo. El texto manifiesta el buen deseo del apóstol de que nuestros corazones se fortalezcan, que la santidad nos haga irreprochables para el día final. Por eso se nos llama a vivir conforme a las enseñanzas, así como a hacer nuevos esfuerzos, mayores progresos en este asumir la voluntad de Dios. Las instrucciones que Pablo le ha dado a sus discípulos no son otra cosa sino la propuesta de Jesucristo, su modelo, su paradigma. Vivir en Cristo es lo más importante y lo más urgente si es que queramos alcanzar vida eterna.

En el Evangelio, por su parte, se nos reiteran los datos del juicio final, los signos en el sol, la luna y las estrellas, la angustia por los cambios en la naturaleza, el miedo circundante quería a todos desfallecer de miedo. La llegada, el regreso del Hijo del hombre, sentado sobre una nube lleno de poderes de gloria sobrecogería los corazones. No hay que dejarse aturdir por las pasiones del mundo, por una libertad malentendida, por las preocupaciones de la vida. Debemos vivir esperando a Cristo, prevenidos, llorando insistentemente nuestras culpas. Así estaremos preparándonos a comparecer seguros ante Cristo, el Hijo de Dios e Hijo del hombre. Y cuando todo empiece a terminar, a caer, a destruirse, llenémonos de alegría y de paz, porque está por llegarnos la liberación.

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