Alcanzamos ya el tercer domingo de Pascua. El tiempo corre y nosotros caminamos con Cristo resucitado hacia una vida mejor en la eternidad. Pero eso no es suficiente. Para lograr alcanzar la Vida eterna Cristo nos pide que caminemos con él, que caminemos con los hermanos y las hermanas en esta senda de comunión y participación. Cristo no quiere que seamos individualistas, ni silenciosos, ni aislados, ni ajenos a la realidad que nos circunda sino profundamente involucrados en el contacto con los hermanos, viviendo en una intensa fraternidad, en el gozo y la alegría de sabernos redimidos por su muerte y su resurrección. Eso se logra de manera maravillosa en la participación dominical de la Eucaristía
Este tercer domingo está marcado por esa realidad para todos nosotros absolutamente determinante, la celebración de la Eucaristía. La pandemia afectó radicalmente la presencia de los hermanos en la celebración dominical y eso debemos revertirlo. La Iglesia la formamos todos y la celebración del domingo debe ser de todos y para todos. En el Evangelio de hoy percibimos como Cristo, que empieza a caminar con dos discípulos hacia Emaús, una ciudad cercana a Jerusalén, no sólo se hace el encontradizo y les escucha sus quejas, sino que, además, les aclara que el mesías debía sufrir esas cosas para entrar en su gloria. Tras una oración de petición de parte de los amigos, Jesús entra a hospedarse en su casa. En el momento oportuno parte el pan y se lo da. Ellos toman el pan y por fin reconocen a Cristo, pero Cristo desaparece, quedándose con ellos en el pan, en el pan partido, el signo de su presencia, de su acción salvífica, de su muerte y de su resurrección. Tras el acontecimiento del encuentro con Cristo, los creyentes de Emaús se ven impulsados a volver a Jerusalén para dar testimonio, porque la tarea es esa, encontrarnos con Cristo y dar testimonio de él.
En la primera lectura Pedro proclama por primera vez el kerigma ante quienes fueron atraídos por el viento recio de Pentecostés. Es el primer momento en que se utiliza esta forma de evangelización, este anuncio, esta herramienta. Por kerigma entendemos esa declaración de Jesucristo que padeció, murió en la cruz, fue sepultado y resucitó. Ésa es la base y corazón de nuestra fe. La proclamación de Jesucristo como mesías aparece ante nuestros ojos hoy como lo esencial y la Iglesia sustenta toda su acción en esa experiencia maravillosa.
Por su parte, en la segunda lectura, el mismo Pedro nos señala que nosotros fuimos rescatados de nuestros pecados y errores, así como de los pecados de nuestros padres, no con dinero o bienes corruptibles sino con la sangre preciosa de Jesucristo. Nuestra fe, nuestro confiar en Dios, se basa en que ha resucitado a Cristo y lo ha glorificado por lo que nuestra fe y nuestra esperanza logren alcanzar a Dios.