II Domingo de Adviento

El segundo domingo de Adviento nos propone la segunda figura de las tres que sustentan este tiempo. Se trata de Juan, el Bautista. De este hombre diría Jesús que es el más grande de los nacidos de mujer y el Evangelio hoy nos lo presenta como aquel que ha sido enviado por Dios, delante del Mesías, con la sobresaliente misión de prepararle el camino. Se hace eco de un texto de Isaías que habla de aplanar montañas y rellenar barrancos, tarea que asumió este hombre tan particular, alguien vestido con ropa muy humilde y poco atrayente, alguien que vive en absoluta disciplina. Juan, el Bautista, asegura no ser el mesías, más todavía, se declara indigno siquiera de desaarle las sandalias. Juan agrega que él bautiza con agua, pero que el verdadero Mesías bautizará con el Espíritu Santo.

En estos domingos preparamos la segunda venida de Cristo. De hecho, hoy la Iglesia no espera que venga el mesías, que nació 2000 años atrás, sino su segunda venida, en gloria, cuando aparecerá para dar a cada cual lo que le corresponde. Por eso estos domingos siguen estremeciéndonos y buscando nuestra genuina incorporación al proyecto de Dios, nuestro compromiso profundo y sólido, para hacer de este un mundo mejor. Si no lo hacemos estaremos desperdiciando la oportunidad recibida. Debemos, pues, prepararnos para el regreso de Cristo y debemos vivir el momento en alegría y santidad.

Este preparar la venida del Señor es una tarea inmensa. La primera lectura, Isaías, para quienes escu-chan música clásica, es el pasaje que inicia el Mesías de Handel. Allí se nos pide consolar al pueblo de Dios, anunciarle que terminó su sufrimiento. Luego se nos manda a ser verdaderos tractoristas, expertos en construir caminos en medio de las montañas. Para que entendamos se nos propone preparar físicamente un camino, rellenando barrancos, aplanando montañas y colinas, convirtiendo las quebradas en llanuras. Es como si se nos estuviera pidiendo construir un aeropuerto porque va a llegar la gloria del Señor, y esa gloria se va a manifestar. Así lo ha dicho Dios. Luego se nos pide escuchar una voz que gritará con mucha fuerza: «¡Aquí está tu Dios!». El anuncio reafirma la idea de que Dios ven-drá con poder, que con su brazo asegurará el dominio. Pero de igual modo se anuncia como un pastor, que viene a apacentar el rebaño, consolando a las ovejas en sus momentos de mayor tristeza.

En la segunda lectura por su parte, de la primera carta de Pedro, se nos recuerda las promesas mesiánicas, asegurando que no hay por qué desesperarse porque no se cumplan todavía. El tiempo debe pasar y luego Dios regresará. Solo está esperando que nosotros nos convirtamos. El texto asegura que el día del Señor llegará como un ladrón y todo se cumplirá. Dios no vendrá solo para destruir. Su regreso es para volver a construir, porque cuando todo se desintegre, aun si el universo entero callera a nuestro lado, estemos seguros de que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habitará la jus-ticia.

Es a nosotros a quienes toca preparar esa venida de Cristo, cambiando nuestros vicios, abandonando los chismes y los rumores, amándonos los otros, para que Dios pueda experimentar consuelo en nuestro proceso de conversión.

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