Lo más importante de la experiencia religiosa hebrea fue, sin duda, su capacidad de comunicarse con Dios. Esa intimidad con Dios es la oración, la meditación serena de la palabra revelada, por las que ellos son el pueblo elegido. Dios se comunicó con Abraham de manera extraordinaria, única y quizá irrepetible. Eran amigos y porque vivían una confianza y una entrega mutua maravillosa. También Moisés escuchaba a Dios, eso sí, en el barullo de la tormenta, del rayo y la centella, del terremoto y del fuego, con el viento huracanado. Hoy asistimos a un segundo momento de comunicación del ser humano con Dios. Elías toma conciencia de que Dios habita en su corazón. En la primera lectura Dios se manifiesta como suave brisa. Allí Elías logra entrar en contacto directo con Dios.
Ahora bien, el encuentro total con Dios, la absoluta y total comunicación entre la divinidad y la huma-nidad se producirá precisamente en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho carne. Jesús, no sólo nos acerca absolutamente a Dios, sino que, además, nos permite estar seguros de que Dios nos habla y nos dirá exactamente lo que quiera decir. En el Evangelio Jesús casi obliga a los apóstoles a irse en la barca por el, quedándose él, orando en soledad. Mientras los apóstoles van por el lago se desata una terrible tormenta y resulta que, de madrugada, Jesús se aparece caminando sobre las aguas. Hay un par de elementos a tomar en cuenta: el primero, que nadie camina sobre el agua, como no sea Dios. El se-gundo que, para los hebreos, el agua tenía un significado oscuro, porque, si no vemos el fondo del cauce marino, es porque de allí salían todos los males. Por eso la cultura hebrea no es, de ninguna manera, una cultura marina ni comerciaron por el Mediterráneo. Es por eso que caminar sobre las aguas es una actividad sólo de Dios, porque sólo Dios es capaz de vencer el mal que habita bajo las aguas.
Ahora bien, de ordinario, Jesús no camina sobre el agua. Por ello entendemos que quiere probar algo. La reacción de los apóstoles es lógica y lo confunden con algo que no sabemos si existe: un fantasma. Pero Jesús los tranquiliza: “No teman”. Al caminar sobre el agua Jesús prueba ante sus apóstoles los dos elementos mencionados porque se manifiesta como victorioso al caminar sobre el mal y sus con-secuencias. Ahora bien, esa capacidad de vencer el mal no se puede quedar sólo en Jesús. En todo momento Jesucristo ha dado entender que el creyente debe ir transformándose en él. Si Jesús se hizo como nosotros, humano, ahora busca nuestra transformación, nuestra divinización. De alguna mane-ra transformarse en Jesucristo es la meta de todos los bautizados. Por ello, resulta interesante que Pedro intuya esto y por ello pida a Jesús que lo mande ir hacia él caminando sobre el agua. Eso, hu-manamente imposible, se hace posible pues Jesús le da una orden clara: “Ven”. Y Pedro lo logra, pues de inmediato comienza a caminar sobre las aguas. Sólo que su fe es pequeñita y, por supuesto, fla-quea y se hunde en las aguas.
¿Podríamos nosotros caminar sobre las aguas? Jesús nos ayudará y nos rescatará. Sólo necesitamos una buena dosis de fe. Si fuéramos verdaderos creyentes, si tuviéramos clara en nuestro corazón la certeza de que Jesucristo es nuestro redentor, precisamente el Hijo de Dios hecho carne, el único ca-nal de comunicación que la humanidad tendrá nunca con Dios, lograríamos eso y muchas metas más.