El final del año litúrgico trae un evidente sabor a fin de los tiempos, a juicio final, a revisión de lo hecho, a revisar nuestras acciones inapropiadas, así como nuestras obras de amor, con el ejercicio amoroso de la caridad. Al faltar sólo una semana para que termine el año litúrgico es lógico que hoy tengamos esa tendencia. El Evangelio nos habla de un señor, de una persona establecida en autoridad y en recursos que va a salir de viaje y, cosa muy inusual, llamó a sus siervos, a sus hombres de confianza para confiarles sus bienes. Los ricos nunca harían esa locura, porque podría perder el dinero, ya que cae en manos de personas sin experiencia. No obstante, este hombre lo hace. El Evangelio habla de talentos. Un talento corresponde a unos 35 kilos de plata lo que hoy podría significar unos trece millones de colones.
Al primero le otorgó cinco talentos (unos ¢65,000,000) al segundo tres talentos (cerca de ¢40,000,000) y el tercero un talento, ¢13,000,000 y se fue. Al hacerlo tuvo como punto de partida la capacidad de cada uno, dice el Santo Evangelio. Aquellos sirvientes tomaron cada cual su propia decisión. El primero y el segundo invirtieron los talentos en negocios de los que pensaron obtendrían ganancias y, cosa muy interesante, lo lograron. El tercero, muy diferente a los otros, con menos confianza en sí mismo, enterró el dinero. Cuando regresó el señor pidió cuenta a sus sirvientes y estos le informaron sobre los logros. Lo que sucedió luego no nos sorprende. El dueño de los recursos se sintió feliz de que sus servidores hubieran confiado lo suficiente en sí mismo y obtuvieran provecho. En realidad, el señor no necesitaba que aquellos hombres le obtuvieran ganancias, porque era suficientemente rico. Lo que quería era probar su capacidad, su determinación. Por supuesto cuando llegó al tercero, que le trajo exactamente la misma suma de dinero recibida sin hacer ningún esfuerzo ni haber arriesgado nada, justo porque pensó que el señor era fuerte de carácter y que quizá se iba a enojar si perdía el dinero, a este pidió que le quitaran lo que tenía y lo echaran a él a las tinieblas.
No es que Dios quiera que nos hagamos ricos, que logremos resultados con ganancias fabulosas, ni que lo hagamos más rico. Lo que quiere es que pongamos a funcionar esa confianza que nos demuestra al darnos los talentos. En la primera lectura vemos como, en aquella atmósfera absolutamente machista, la mujer logra brillar con sus muy modestas virtudes ante un mundo de hombres. A pesar de este pensamiento profundamente patriarcal, la mujer brilla como una estrella en la casa familiar, junto a aquel hombre, porque él encuentra en ella, no sólo apoyo para sus cosas, sino sobre todo un ser humano realizado, capaz de brillar con luz propia y de tomar decisiones. Ésa mujer es reconocida y glorificada.
Todos tenemos talentos. Todos hemos recibido de Dios alguna virtud, o incluso varias. ¿Qué estamos haciendo con ellas? ¿Es que acaso estamos dejando que el tiempo pase y nuestras virtudes se agoten sin hacer nada? Nosotros, que nacimos de las manos de Dios, que fuimos creados a su imagen y semejanza, ¿no sabemos que, como nos ha confirmado Cristo, Dios quiere que nos pongamos en servicio de los demás y hagamos de este un mundo mejor? El Señor vendrá en cualquier momento, dice la segunda lectura, como un ladrón en plena noche. Que cuando llegue no nos encuentre viviendo las tinieblas, porque nosotros no pertenecemos a la noche. Pongamos a funcionar nuestros talentos y busquemos la luz.