¿Con cuánta frecuencia, al administrar cosas que nos confían, se nos va la mano y excedemos la familiaridad y faltamos el respeto de quien nos han dado su confianza? Esta pregunta debemos hacérnosla siempre, porque no somos dueños ni de la creación, de la comunidad, ni siquiera de nosotros mismos.
El señor Jesucristo plantea hoy unas coordenadas complicadas. Nos pone ante nuestra verdadera condición en la tierra: somos administradores. La parábola de hoy nos habla de un hombre que, siendo muy rico, prepara una viña preciosa y la dota de toda suerte de elementos importantes, enriqueciéndola con los detalles necesarios para una buena producción. Resulta que, en esa, para nosotros incomprensible actitud de un propietario, alquila su preciosa finca por un precio bajo, según costumbre, un 10% de la cosecha. Resulta que quienes alquilaron la finca empezaron a trabajarla, pero cuando llega la hora de pagar al dueño su parte, como piensan algunos insensatos, pagar es como robarse a uno mismos, con arbitrariedad, como si la finca fuera de ellos, cometen faltas y delitos contra del amo, maltratando a quienes vienen a reclamar los derechos del propietario, los golpean, los azotan y a alguno incluso lo matan. El amo, con gran ingenuidad, pretende que si envía a su propio hijo lograra mejores resultados, pero la reacción de aquellos hombres es irracional “sacándolo fuera de la viña” asesinaron al hijo del amo. Pretendían que, al eliminar al heredero, ellos podrían aparecer como nuevos dueños de la finca. La acción es tan tremenda y repulsiva que incluso quienes escuchan la parábola, sobre todo los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, reaccionan con repulsión, porque ven aquella acción temeraria como una injusticia, una barbaridad. Lo que no han notado hasta ahora ellos mismos es que la parábola está dirigida precisamente a ellos, que recibieron la administración de la obra de Dios y han sido arbitrarios, pretendiendo quedársela como bien personal. Esto es tan real que, casi en el inmediato futuro, un día cualquiera sacarán a Jesús de la ciudad de Jerusalén y lo crucificarán, rechazando así absolutamente el plan de Dios. ¿No estaríamos nosotros, en la Iglesia católica, teniendo el mismo riesgo de aquellos sacerdotes y ancianos, por la manera como manejamos la Iglesia, cuando rechazamos y excluimos personas, somos presuntuosos y hacemos injusticias?
La primera lectura nos habla de alguien que tenía una viña que era su encanto, la cuidaba y abonaba y la trabajaba con amor, pero al final no obtuvo buenas uvas sino frutos agrios. Isaías nos recuerda lo que dice Jesús, aunque aquí sea la viña la que decide de no dar uvas dulces sino amargarse. Según Isaías eso produciría que el amo abandone la viña, perdiéndola casi totalmente, porque no ha querido dar buenos frutos. Se entiende, entonces, lo que quiere decir el salmo, que la viña del Señor es la casa de Israel.
Mientras tanto, San Pablo, ante la debilidad y tristeza, la aflicción de nuestros corazones ante los errores cometidos, ante nuestra fragilidad, nos invita, en el texto precioso a los de Filipos, a permanecer siempre en la oración y la súplica, a asumir los pensamientos de Cristo, a practicar la virtud, la rectitud, lo justo y puro, a ser amables y dignos de honra, para ser así merecedores de la paz de Cristo, de la paz de Dios.