Domingo XI del Tiempo Ordinario

Al avanzar en este Tiempo Ordinario, la famosa laguna de la que les hablaba la semana pasada, nos topamos con esta serie de parábolas o comparaciones. Se trata de un mecanismo que Jesús usaba para plantear sus ideas, porque lo que hace es utilizar ejemplos sencillos que nos permiten comprenderlas con claridad. De esta manera, los inteligentes y estudiosos no tendrán problema alguno, pero los que no tengan preparación académica también tendrán total oportunidad para comprender lo que Jesús les quiere decir, precisamente porque al utilizar las comparaciones, hará más cercana su persona, su mensaje, su afecto a quienes lo buscan con fe y lo escuchan con el corazón lleno de esperanza. El uso de las parábolas será la característica más relevante de la predicación de Jesucristo.

Se trata en este caso de las parábolas del reino o reinado de Dios. Aclaro esto por cuanto el “reino” supone un territorio marcado con unos límites y por ende parece limitado a un territorio en donde entran algunos, pero no todos. El uso de la palabra “reinado” se refiere, con mayor claridad, a un tiempo, el tiempo en que Dios reine, en que su amor se extiende por el mundo para convertirlo y transformarlo. Las parábolas del reino o reinado de Dios empiezan en este caso con una semilla. La semilla, que cae en la tierra, de cualquier manera germina. El agricultor normalmente no tiene ni la menor idea de cómo funciona una semilla. Solamente la tira en el surco y le prestará algunos cuidados, agua, abono, aporcado, limpieza del yerbas, pero la semilla es la que hace su trabajo. Nosotros no debemos preocuparnos tanto por el crecimiento del reino por cuanto el reino crece sólo. De igual manera se plantea lo de la semilla de mostaza que, siendo la semilla más pequeña, produce un árbol verdaderamente sorprendente.

La primera lectura es un texto que compara la obra de Dios con el gesto de arrancar una rama a un árbol frondoso y arrogante y sembrarla en otro lugar para que enraíce y, si es el caso, de fruto, así como ofrecer espacio para que las aves del cielo aniden en sus ramas. No es el árbol frondoso y lleno de belleza el que es escogido por Dios. Dios escoge más bien un trozo de este árbol para desarrollarlo por aparte, ya que ese trozo crecerá porque confía sólo en Dios, tiene fe. Este lenguaje poético y sugestivo complementa lo dicho por Jesucristo que nos quiere participando del desarrollo del reinado de Dios el cual, aunque crezca solo, necesita de nosotros al menos para que echemos la semilla en el campo.

La segunda lectura del domingo continúa la segunda carta de corintios confirmando que nosotros caminamos en la fe y que todavía no tenemos verdadera claridad en aquello que andamos buscando. Nosotros tenemos, al menos en principio, puesta nuestra mente en el cielo por cuanto nuestro deseo más profundo es descansar en la paz de Dios. No obstante, porque cada ser humano necesita desarrollarse plenamente para abrirse espacio en el plan de Dios, ya sea que vivamos o que muramos, nuestra búsqueda debe ser siempre agradar a Dios, cumplir su voluntad. Estamos temporalmente en la tierra con una tarea: desarrollar nuestras diversas actividades haciéndolo todo aquí para la gloria Dios, porque esa es precisamente la propuesta del reino. Debemos hacerlo llenos de fe, siempre en el ejercicio del amor. En el día de hoy y siempre lo más urgente será, pues, la fe, precisamente porque esa fe, al tomar cuerpo, al hacerse visible, se mostrará a los ojos de todos en nuestras obras de amor.

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